Edición nº 65
La ley de Jante
| El
católico y el musulmán
A la muerte de mi suegro, Christiano Oiticica
Poco antes de morir, mi suegro llamó a la familia:
"Sé que la muerte no es más que un tránsito,
y quiero poder hacer esta travesía sin tristeza. Para que
no os preocupéis por mí una vez me haya ido, os enviaré
una señal de que valió la pena ayudar a los otros
en esta vida". Pidió ser incinerado y que sus cenizas
fuesen esparcidas en el Arpoador mientras sonaba una cinta con sus
canciones preferidas.
Falleció dos días después. Un amigo se encargó
de la incineración en Sao Paulo, y de vuelta en Río
fuimos todos al Arpoador con la radio, las cintas, y el paquete
con la pequeña urna que contenía las cenizas. Al llegar
frente al mar, descubrimos que la tapa estaba atornillada. Intentamos
abrirla, pero no pudimos.
No había nadie alrededor aparte de un mendigo, que se acercó.
"¿Qué es lo quieren?"
Mi cuñado respondió: "Un destornillador, porque
aquí dentro están las cenizas de mi padre."
"Debió de ser un hombre muy bueno, porque acabo de
encontrarme esto por aquí", dijo el mendigo.
Y les entregó un destornillador.