Edición nº 65
La ley de Jante | El
católico y el musulmán
A la muerte
de mi suegro, Christiano Oiticica
-¿Qué piensa de la
princesa Marta Luisa?
El periodista noruego me entrevistaba
a orillas del lago de Ginebra. Normalmente no respondo a preguntas
ajenas a mi trabajo, pero en este caso la curiosidad del periodista
tenía un motivo: la princesa había hecho bordar, en
el vestido que lució en su 30º cumpleaños, el
nombre de algunas personas importantes en su vida, entre los cuales
se encontraba el mío (a mi mujer le pareció ésta
una idea tan buena que decidió hacer lo mismo al cumplir
cincuenta años, e hizo bordar en su vestido una pequeña
inscripción que decía "inspirado por la princesa
de Noruega").
-Me parece una persona sensible, delicada,
e inteligente -respondí-. Tuve ocasión de conocerla
en Oslo, cuando me presentó a su marido, que es escritor,
como yo.
No quería decir más,
pero no pude contenerme:
-Y hay una cosa que de verdad no entiendo:
¿por qué la prensa noruega pasó a atacar el
trabajo literario de su marido después de su boda con la
princesa? Antes las críticas siempre eran positivas.
No era propiamente una pregunta, sino
una provocación, puesto que yo imaginaba la respuesta: la
crítica cambió porque la gente tiene envidia, el más
amargo de los sentimientos humanos.
El periodista, sin embargo, fue más
sofisticado que eso:
-Porque había violado la ley
de Jante.
Evidentemente yo jamás había
oído hablar de semejante ley, y el periodista tuvo que explicarme
en qué consistía. Al continuar el viaje, me di cuenta
de que en cualquier país de Escandinavia es difícil
encontrar a alguien que no conozca dicha ley. Una ley que, aunque
existe desde el comienzo de la civilización, no fue enunciada
oficialmente hasta 1933, en la novela Un refugiado sobrepasa sus
límites, del escritor Aksel Sandemose.
La triste constatación es que
la Ley de Jante no se limita a Escandinavia: es una regla que se
aplica en todos los países del mundo, por mucho que digan
los brasileños que "esto sólo pasa aquí",
o los franceses que "desgraciadamente, en nuestro país
es así". Como el lector ya estará irritado porque
lleva más de media columna sin saber qué es esta Ley
de Jante, intentaré resumirla aquí con mis propias
palabras:
"No vales nada, a nadie le interesa
lo que piensas, la mediocridad y el anonimato son la mejor elección.
Actúa de acuerdo con estos principios y no tendrás
grandes problemas en tu vida."
La Ley de Jante explica, en su contexto,
los celos y la envidia que tanto dolor de cabeza le dan a personas
como Ari Behn, el marido de la princesa. Éste es uno de sus
aspectos más negativos, pero existe algo mucho más
peligroso.
Por culpa de esta ley el mundo ha
sido manipulado de todas las maneras posibles, por gente que no
teme el comentario ajeno, y que hace tanto mal como quiere. Acabamos
de asistir a una guerra inútil en Iraq, que aún hoy
sigue cobrándose muchas vidas; vemos un abismo entre los
países ricos y los pobres, injusticia social por todas partes,
violencia descontrolada, personas obligadas a renunciar a sus sueños
por culpa de ataques injustos y cobardes. Antes de iniciar la segunda
guerra mundial, Hitler dio señales de sus intenciones, y
lo que le hizo seguir adelante fue saber que, gracias a la Ley de
Jante, nadie se atrevería a desafiarlo.
La mediocridad puede ser cómoda,
hasta que un día la tragedia llama a la puerta. Es entonces
cuando la gente se pregunta: "¿por qué nadie
dijo nada, cuando todo el mundo veía lo que iba a ocurrir?"
Muy sencillo: nadie dijo nada porque
tampoco la gente dijo nada.
Por lo tanto, para evitar que las
cosas se pongan cada vez peor, tal vez sea ahora el momento de escribir
la anti-ley de Jante:
"Vales mucho más de lo
que piensas. Aunque no lo creas, tu trabajo y tu presencia en este
mundo son importantes. Claro que, si piensas de esta manera, puede
que tengas muchos problemas por transgredir la Ley de Jante. Pero
no te dejes intimidar, sigue viviendo sin miedo y al final vencerás."