Edición nº 63
Un día en el molino |
Historias con
el número tres
En este momento, mi vida es una sinfonía compuesta de
tres movimientos distintos: "Mucha gente", "Algunas
personas", y "Casi nadie". Cada uno dura aproximadamente
cuatro meses por año, y aunque a menudo se mezclan en un
mismo mes, nunca se confunden.
El movimiento "Mucha gente" lo forman los momentos en
que estoy en contacto con el público, los editores, o los
periodistas. "Algunas personas" sucede cuando voy a Brasil,
me encuentro con mis amigos de siempre, paseo por la playa de Copacabana,
voy a algún que otro acontecimiento social o, como es más
habitual, me quedo en casa.
Sin embargo, mi intención es hoy divagar un poco sobre
el movimiento "Casi nadie". En el momento en que escribo
estas palabras, la noche ha caído ya sobre este pueblo de
200 habitantes, situado en los Pirineos, cuyo nombre prefiero mantener
en secreto, y donde hace poco compré un antiguo molino reconvertido
en casa. Me levanto todas las mañanas con el canto del gallo,
me tomo mi café y salgo a caminar entre las vacas, los corderos,
y los campos de maíz y heno. Contemplo las montañas,
y (al contrario de lo que sucede durante el movimiento "Mucha
gente") me olvido de quién soy. No tengo preguntas,
ni respuestas, vivo por entero en el momento presente, entendiendo
que el año tiene cuatro estaciones (sí, puede parecer
obvio, pero a veces lo olvidamos), y que, como el paisaje que me
rodea, yo también me transformo.
En momentos como éste, no me interesa mucho lo que sucede
en Iraq o en Afganistán: como cualquiera que viva en el campo,
las noticias más importantes son las relacionadas con la
meteorología. Todos los que viven en el pueblo saben si va
a llover, a hacer frío o viento, ya que eso afecta directamente
a sus vidas, sus planes y sus cosechas. Veo a un labriego cuidando
su campo, nos damos los buenos días, hablamos del pronóstico
del tiempo, y seguimos haciendo lo que estábamos haciendo
hasta entonces: él sigue con su arado, y yo con mi larga
caminata.
Vuelvo a casa y miro el buzón, donde encuentro el diario
de la región: hay un baile en el pueblo vecino, una conferencia
en un bar de Tarbes (la gran ciudad, con sus 40.000 habitantes),
ayer tuvieron que actuar los bomberos porque durante la noche se
quemó un vertedero. El asunto que moviliza a la región
es la presencia de un grupo al que se acusa de cortar los plátanos
de una carretera rural porque por lo visto causaron la muerte de
un motociclista; esta noticia ocupa una página entera y varios
días de reportajes sobre el "comando secreto" que
quiere vengar la muerte del muchacho destruyendo los árboles.
Me detengo al lado del riachuelo que discurre por mi molino. Miro
al cielo sin nubes en este verano aterrador, en el que, sólo
en Francia, ha habido 5.000 muertos por el calor. Me levanto y practico
el kyudo, la meditación con arco y flecha, que me ocupa más
de una hora al día. Es ya la hora de almorzar: tomo un pequeño
refrigerio y me doy cuenta de repente de que en una de las dependencias
de esta antigua construcción hay un objeto extraño,
con pantalla y teclado, conectado (maravilla de las maravillas)
a una línea de altísima velocidad, también
llamada de DSL. Sé que, en el momento en que pulse un botón
de aquella máquina, el mundo vendrá a mi encuentro.
Me resisto todo lo que puedo, pero llega el momento en que mi
dedo pulsa el botón de "conectar", y aquí
estoy de nuevo conectado con el mundo, las columnas de los periódicos
brasileños, los libros, las entrevistas que hay que hacer,
las noticias de Iraq, de Afganistán, los pedidos, el aviso
de que el billete de avión llega mañana, las decisiones
que hay que aplazar, las que hay que tomar.
Trabajo durante varias horas, porque eso fue lo que escogí,
porque ése es mi lema personal, porque un guerrero de la
luz sabe que tiene deberes y responsabilidades. Pero en el movimiento
"casi nadie" todo lo que aparece en la pantalla del ordenador
es muy lejano, de la misma manera que el molino me parece un sueño
cuando estoy en los movimientos "Mucha gente" o "Algunas
personas."
El sol comienza a esconderse, el botón está desconectado,
el mundo vuelve a ser sólo el campo, el perfume de las hierbas,
el mugido de las vacas, la voz del pastor que trae de vuelta sus
ovejas al establo al lado del molino.
Me pregunto cómo es posible pasear en dos mundos tan diferentes
en apenas un día. No tengo respuesta, pero sé que
me da mucho placer, y mientras escribo estas líneas estoy
contento.