Edición nº 17
La segunda oportunidad |
Cuento - El
jarro resquebrajado
Reflexiones
del Guerrero de la Luz
- Siempre me fascinó la historia
de los libros sibilinos - le iba diciendo yo a Mónica, mi
amiga y agente literaria, mientras viajábamos en coche hacia
Portugal. - Hay que aprovechar las oportunidades, o si no, se pierden
para siempre.
"Las Sibilas, hechiceras capaces
de predecir el futuro, vivían en la antigua Roma. Un buen
día, una de ellas apareció en el palacio del emperador
Tiberio con nueve libros; le dijo que allí se encontraba
el futuro del Imperio, y le pidió diez talentos de oro por
los textos. Tiberio lo encontró carísimo y no los
quiso comprar.
La sibila salió, quemó
tres libros y volvió con los seis restantes. "Son diez
talentos de oro" dijo. Tiberio se rió y le ordenó
que se fuera. ¿Cómo podía tener el coraje de
vender seis libros por el precio de nueve?
La sibila quemó otros tres
libros y regresó ante Tiberio con los únicos tres
que quedaban: "cuestan los mismos diez talentos de oro".
Intrigado, Tiberio terminó comprando los tres volumenes,
y solo pudo leer una pequeña parte del futuro."
Cuando terminé de contar la
historia me dí cuenta de que estábamos pasando por
Ciudad Rodrigo, en la frontera de España con Portugal. Allí,
cuatro años antes, me habían ofrecido un libro, que
yo no compré.
- Vamos a parar. Creo que el hecho
de haberme acordado de los libros sibilinos ha sido una señal
para que corrija un error del pasado.
Durante el primer viaje de divulgación
de mis libros en Europa, había decidido almorzar en aquella
ciudad. Después fui a visitar la catedral y encontré
a un padre. " Vea como el sol del atardecer embellece todo
aquí adentro", me dijo. Me gustó el comentario,
conversamos un poco, y él me guió por los altares,
claustros y jardines interiores del templo. Al final, me ofreció
un libro que había escrito sobre la iglesia, pero yo no lo
quise comprar. Cuando salí, me sentí culpable; yo
era escritor, estaba en Europa tratando de vender mi trabajo: ¿por
qué no comprar el libro del padre, por solidaridad? Pero
después olvidé el episodio. Hasta aquel momento.
Detuve el coche; Mónica y yo
nos encaminamos hacia la plaza que estaba frente a la iglesia, donde
una mujer contemplaba el cielo.
- Buenas tardes. Estoy buscando a
un padre que escribió un libro sobre esta iglesia.
- Ese padre, que se llamaba Estanislao,
se murió el año pasado - me respondió ella.
Sentí una inmensa tristeza.
¿Por qué no habría dado yo al padre Estanislao
la misma alegría que sentía yo cuando veía
a alguien con uno de mis libros?
- Era uno de los hombres más
bondadosos que que he conocido - continuó la mujer. Venía
de familia humilde, pero llegó a ser especialista en arqueología.
Ayudó a conseguir para mi hijo una beca en el colegio.
Le comenté a ella lo que me
había llevado allí.
- No se culpe inútilmente,
hijo mío - dijo. Vaya a visitar otra vez la catedral.
Pensé que era una señal,
e hice lo que me mandaba.
Solo había un padre en un confesionario,
esperando a los fieles que no acudían. Me dirigí hacia
él, que me hizo una seña para que me arrodillase,
pero yo le interrumpí.
- No quiero confesarme; solo vine
a comprar un libro sobre esta iglesia, escrito por un hombre llamado
Estanislao.
Los ojos del padre brillaron. Salió
del confesionario y volvió minutos después con un
ejemplar.
- ¡Qué alegría
que haya venido para esto! - me dijo. - Soy hermano del padre Estanislao,
y esto me llena de orgullo! ¡Él debe de estar en el
cielo, contento al ver que su trabajo es apreciado!
Con tantos padres por allí,
yo había encontrado justamente al hermano de Estanislao.
Pagué el libro y le agradecí. Él me abrazó.
Cuando iba saliendo, escuché su voz.
- Vea como el sol del atardecer embellece
todo aquí adentro - me dijo.
Eran las mismas palabras que el padre
Estansilao me había dicho cuatro años antes. Siempre
hay una segunda oportunidad en la vida.