Edición nº 66
Caracas, 7 de octubre del 2003 | Destruyendo
al prójimo
Los tiempos
difíciles
Estimado Sr. Paulo Coelho,
He leído todos sus libros
y este último me dejó bastante sorprendida. Varias
veces durante su lectura tuve ganas de detenerme para llorar, solamente
por el hecho de ser mujer. Porque no es necesario tener la experiencia
de una prostituta para vivir las emociones y las confusiones que
están allí expuestas.
Sin embargo, déjeme añadir
algunas cosas sobre las mujeres que quizás usted no sepa.
Todas nosotras tenemos un poco de María (la protagonista
del libro), y siempre nos prometemos no volver a amar nunca más,
para no ser heridas ni herir. Siempre terminamos por romper esa
promesa, y siempre nos arrepentimos.
No somos completamente buenas, ni
completamente malas.
El placer sexual no es exactamente
nuestra mayor preocupación, y por eso fue posible esconder
durante muchas generaciones el hecho de que raramente tenemos el
orgasmo de la manera que el hombre imagina. ¿Sabe lo que
nos da un placer mayor que el sexo? El alimento. Cuando amamos a
un hombre, lo primero que queremos saber es si ya comió,
si está bien alimentado, si le gustó lo que le preparamos.
Aun cuando las feministas puedan odiarme, ¡ver comer a nuestro
hombre es divino! Y usted no habla de eso en su libro.
El mayor problema de la mujer latina
es que termina siendo la madre de su hombre. Amor de madre, que
perdona todas sus debilidades (porque sabemos que es débil,
aunque pasemos el día entero hablando de lo fuerte que es)
que nos hace querer creer que él siempre volverá a
casa, y reconocerá que lo mejor que existe en su vida es
estar al lado de la persona que lo cuida y lo mima. Pero el hombre,
aunque desee ser amado como un hijo, siempre se comporta como un
salvaje: se deja llevar por sus impulsos, por sus pasiones del momento,
y aun cuando no nos abandone físicamente, su alma ya partió
y regresó muchas veces.
La mujer vive siempre con la esperanza
de volver al pasado, de recordar cada momento que vivió.
Y se asusta con el hecho de que el pasado ya se fue, y ahora el
tiempo es otro, es corto y se está sucediendo con mucha rapidez.
No me refiero solamente al reloj biológico, sino al hecho
de no sentirse ya deseada, de andar por las calles y notar que nadie
gira la cabeza. Entonces sobreviene ese pavor de nunca más
ser tocada como cuando era joven, de nunca más ver en los
ojos de un hombre un pensamiento erótico o - casi osaría
decir - pornográfico.
La mujer es romántica, pero
siempre deja que el hombre asesine sus sentimientos y, por causa
de eso, se puede transformar en una destructora implacable, porque
ya no tiene nada más que perder.
El otro día estaba conversando
con unas amigas y hablábamos de como éramos capaces
de ser "perversas y destructivas". Pero una de ellas comentó:
"No, no es exactamente así,
¡es mucho peor! Cuando los hombres son heridos, parten armados
en busca de venganza para acabar con su adversario. Pero cuando
nosotras somos heridas por quien amamos, lo único que se
nos ocurre es preparar una serie de estrategias para conseguir que
nuestro verdugo regrese implorando perdón. Nuestra venganza
es esa: hacer que él sienta nuestra falta y retorne."
Sé que en su nuevo libro usted
procura hablar con la voz de una mujer, y creo que lo consiguió
en varios momentos. Pero allí está la visión
ideal del sexo femenino y no la visión real. El personaje
se parece más a lo que queremos ser que a lo que somos realmente.
Pero, de cualquier manera, es muy
importante ver a un hombre intentando pensar como mujer. Tal vez
nunca llegue a conseguirlo, pero no tiene importancia, el trayecto
es muy interesante y puede estimular a otros a hacer lo mismo.
De su fiel lectora, madre de un hijo
de 14 años, y que muchos acusan de pensar como un hombre.
M.E.
En una ciudad de los Pirineos, 24 de octubre del 2003
Estimada M.E,: Ojalá los críticos
literarios tuvieran su sensibilidad
Paulo Coelho