Edición nº 40

En busca del camino perdido  |  Historias del príncipe de las tinieblas

Historias del príncipe de las tinieblas

Sembrar la discordia
     El demonio caminaba por un sendero que cruzaba dos campos muy grandes en donde había unos labradores en plena vendimia.
     "Voy a sembrar un poco de aquello que gusta tanto a los seres humanos: tener siempre la razón" -pensó.
     Se puso un sombrero cuya mitad derecha era verde y la izquierda amarilla.
     -¡Seguidme si queréis encontrar un tesoro! -Gritó a los campesinos. Después, se escondió detrás de un árbol.
     Los trabajadores corrieron hacia el sendero.
     -Vamos a seguir al señor del sombrero verde -dijeron los hombres del campo de la derecha.
     -¡Queréis engañarnos: debemos seguir a un tipo que lleva un sombrero amarillo! -gritaban los hombres del campo de la izquierda.
     La disputa empeoró. Al cabo de media hora, los labradores habían olvidado el tesoro y se mataban a golpes de hoz para ver quién tenía la razón sobre el color del sombrero.

La búsqueda de la verdad
     Mientras el demonio estaba hablando con sus amigos, se fijaron en un hombre que caminaba por la calle. Siguieron su recorrido con los ojos y vieron que se agachaba para coger algo del suelo.
     -¿Qué ha encontrado? -Preguntó uno de sus amigos.
     -Un pedazo de la Verdad -respondió el demonio.
     Sus amigos se preocuparon muchísimo. Al fin y al cabo, un pedazo de la Verdad podía salvar el alma de aquel hombre y tendrían una menos en el Infierno. Pero el demonio, imperturbable, seguía contemplando el paisaje.
     -¿No estás preocupado? -Le dijo uno de sus compañeros-. ¡Ha encontrado un pedazo de la Verdad!
     -No me preocupa en absoluto -respondió el demonio.- ¿Sabes qué hará con este pedazo? Como siempre, creará una nueva religión. Y alejará muchas más personas de la Verdad total.

La tentación del justo
     Un grupo de demonios intentaba entrar en el alma de un hombre santo que vivía cerca del Cairo. Ya le habían tentado con mujeres de Nubia, manjares de Egipto, tesoros de Libia, pero nada les había dado resultado.
     Un día que Satanás pasaba por allí, se fijó en los esfuerzos de sus siervos.
     -¡No entendéis nada! -Dijo Satanás- No habéis utilizado la única tentación a la que nadie se resiste. Os lo demostraré.
     Se acercó al hombre santo y le susurró a los oídos:
     -¿Te acuerdas de aquel sacerdote que estudió contigo? Le acaban de nombrar obispo de Alejandría.
     De inmediato, el hombre santo tuvo un ataque de rabia y blasfemó contra la injusticia de Dios.
     -La próxima vez debéis empezar con esta tentación -dijo Satanás a sus siervos-. Un hombre puede resistirlo casi todo, pero siempre siente envidia de la victoria de su hermano.

 
Edición nº40