Edición nº 34A
En este número: DOS CUENTOS DE NAVIDAD

Dos ángeles en el Brasil  |  Los tres cedros

Dos ángeles en el Brasil

     Cuenta una antigua y conocida leyenda, cuyo origen no pude verificar, que una semana antes de Navidad el Arcángel Miguel pidió que sus ángeles visitaran la Tierra; deseaba saber si estaba todo preparado para la celebración del nacimiento de Jesucristo. Los envió en pareja, siempre un ángel mayor con uno más joven, de forma que pudiera tener una visión más completa de lo que estaba ocurriendo en la Cristiandad.
     Una de estas parejas fue designada para ir al Brasil, adonde llegó muy avanzada la noche. Como no tenían donde dormir, los ángeles pidieron refugio en una de las grandes mansiones que pueden verse en ciertas zonas de Rio de Janeiro.
     El dueño de la casa, un noble al borde de la ruina ( lo que, dicho sea de paso, sucede con mucha gente de aquella ciudad) era católico ferviente, y enseguida reconoció a los enviados celestiales por sus aureolas doradas en la cabeza. Pero estaba muy ocupado preparando una gran fiesta para celebrar la Navidad y no quería desarreglar la decoración casi terminada, así que les pidió que fueran a dormir a la bodega.
     Aun cuando las postales que desean Felices Fiestas están siempre ilustradas con nieve cayendo, la fecha en Brasil coincide con el pleno verano. Allí donde los ángeles habían sido enviados hacía un calor horrible y el aire - lleno de humedad - era casi irrespirable. Se acostaron sobre el suelo duro pero antes de comenzar sus oraciones el ángel mayor notó una rajadura en la pared. Se levantó, la arregló, usando sus poderes divinos, y volvió para iniciar su plegaria nocturna. Pasaron la noche como si estuvieran en el infierno, tal era el calor que hacía.
     Así que durmieron muy mal, pero tenían que cumplir la misión que les había sido confiada por Dios. Al día siguiente recorrieron la gran ciudad - con sus 12 millones de habitantes, sus playas y montañas, sus contrastes, sus hermosos paisajes y sus horribles rincones. Redactaron informes, y cuando la noche volvió a caer iniciaron un viaje hacia el interior del país. Pero, confundidos por la diferencia horaria, nuevamente se encontraron sin lugar donde dormir.
     Llamaron a la puerta de una casa humilde, donde un matrimonio los atendió. Como nunca habían tenido oportunidad de ver los grabados medievales que retratan a los mensajeros de Dios, no reconocieron a los dos peregrinos; pero puesto que necesitaban refugio, la casa era suya. Prepararon una cena, les presentaron a su bebé recién nacido y les ofrecieron su propio cuarto, pidiendo disculpas porque eran pobres, y aunque el calor era intenso no tenían dinero para comprar un aparato de aire acondicionado.
     Cuando los ángeles se despertaron al día siguiente, encontraron a la pareja bañada en lágrimas; el único bien que poseían, una vaca que les daba leche, queso y sustento para la familia, había aparecido muerta en el campo. Se despidieron de los peregrinos, avergonzados porque no podían ofrecerles el desayuno antes de partir.
     Mientras caminaban por la carretera llena de barro el ángel más joven demostró su enfado:
     -¡No puedo entender esta forma de actuar! El primer hombre tenía todo lo que necesitaba, y, aún así, tú le ayudaste. Y con esta pobre pareja, que nos recibió tan bien, no hiciste nada para aliviar su sufrimiento!
      - Las cosas no son lo que parecen - dijo el ángel más viejo. - Cuando estábamos en aquella horrible bodega, noté que había mucho oro almacenado en la pared de aquella mansión, dejado allí por un antiguo propietario. La rajadura estaba exponiendo parte del tesoro, y decidí esconderlo nuevamente porque el dueño de la casa no lo merecía, no sabía ayudar a los necesitados.
     Ayer, mientras dormíamos en la cama que el matrimonio nos ofreció, noté que había llegado un tercer invitado: el ángel de la muerte. Había sido enviado para llevarse al niño. Pero como lo conozco desde hace muchos años, le convencí que se llevara la vida de la vaca en su lugar.
     Acuérdate del día que está a punto de conmemorarse: como las personas dan mucho valor a la apariencia, nadie quiso recibir a María. Pero los pastores la acogieron y por causa de eso merecieron la gracia de ser los primeros en contemplar la sonrisa del Salvador del Mundo,

 
Edición nº34