Edición nº 34
Encuentro en la Galería Dentsu
| Historias
japonesas de maestros y discípulos
Tres señores, muy bien vestidos,
aparecieron en mi hotel en Tokio.
- Ayer usted dió una conferencia
en la Galeria Dentsu - dijo uno de ellos - y yo entré por
casualidad. En aquel momento, usted estaba diciendo que nada sucede
por casualidad. Quizás ha llegado el momento de presentarnos.
No pregunté cómo habían
descubierto el hotel en el que estaba hospedado, no pregunté
nada; si las personas son capaces de superar estas dificultades,
merecen todo el respeto. Uno de los tres hombres me entregó
algunos libros de caligrafía japonesa. Mi intérprete
se emocionó mucho: el tal señor era Kazuhito Aida,
hijo de un gran poeta japonés, del cual yo no había
nunca oído hablar.
Y fue justamente el misterio de la
sincronicidad de los encuentros el que me permitió conocer,
leer y compartir con mis lectores un poco del magnífico trabajo
de Mitsuo Aida ( 1924-1998), calígrafo y poeta, cuyos textos
nos retrotraen la importancia de la inocencia:
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Porque vivió intensamente
su vida
la hierba seca aún llama la
atención de quien pasa.
Las flores simplemente florecen
y lo hacen lo mejor que pueden.
El lirio blanco en el valle, que nadie
ve
no necesita dar explicaciones a nadie:
vive solamente para la belleza.
Los hombres, no obstante, no pueden
convivir con el "solamente".
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Si los tomates quisieran ser melones
Se transformarían en una farsa.
Mucho me sorprende
que tanta gente esté ocupada
en querer ser lo que no es;
¿qué sentido tiene transformarse
en una farsa?
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Tú no necesitas fingir que
eres fuerte
no debes querer probar siempre que
todo va bien
no puedes preocuparte con lo que los
otros estarán pensando
llora si sientes necesidad
es bueno llorar hasta agotar las lágrimas
pues solo entonces podrás volver
a sonreir!
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A veces asisto por la TV a la inauguración
de túneles y puentes. He aquí lo que normalmente sucede:
muchas celebridades y políticos locales se colocan en fila,
y en el centro está el ministro o gobernador del lugar. Entonces
cortan una cinta y cuando los directores de la obra regresan a sus
despachos se encuentran allí con varias cartas de agradecimiento
y admiración.
Las personas que sudaron y trabajaron
por aquello, que se agotaron con la pala en verano o permanecieron
al sereno en invierno para terminar la obra, jamás serán
vistas; parece que la mejor parte se reserva para aquellos que no
derramaron el sudor de su frente.
Yo quiero ser siempre una persona
capaz de ver esos rostros que no serán vistos, los de aquellos
que no procuran fama ni gloria, sino que simplemente cumplen el
papel que les es destinado por la vida.
Quiero ser capaz de esto, porque las
cosas más importantes de la existencia, las que nos construyen,
jamás mostraron sus rostros.