Edición nº 12

El Tibet y la reencarnación  |  Cuentos sobre reyes y sabios

Cuentos sobre reyes y sabios

El reino de este mundo
     Un viejo ermitaño fue invitado cierta vez a visitar la corte del rey más poderoso de aquella época.
     - Envidio a un hombre santo como tú, que se contenta con tan poco - comentó el soberano.
     - Yo envidio a Vuestra Majestad, que se contenta con menos que yo - respondió el ermitaño.
     - ¿Cómo puedes decirme esto, cuando todo el país me
pertenece? - dijo el rey, ofendido.
     - Justamente por eso. Yo tengo la música de las esferas celestes, tengo los ríos y las montañas del mundo entero, tengo la luna y el sol, porque tengo a Dios en mi alma. Vuestra Majestad, sin embargo, sólo posee este reino.

Los huesos del antepasado
      Había un rey de España que se enorgullecía mucho de sus antepasados, y que era conocido por su crueldad con los más débiles.
     Cierta vez, caminaba con su comitiva por un campo de Aragón, donde, años antes, había perdido a su padre en una batalla, cuando encontró a un hombre santo revolviendo en una enorme pila de huesos.
     -¿Qué estás haciendo ahí? - preguntó el rey.
     - Honrada sea Vuestra Majestad - dijo el hombre santo. - Cuando supe que el rey de España venía por aquí, decidí recoger los huesos de vuestro fallecido padre para entregároslos. Sin embargo, por más que los busco, no consigo encontrarlos: son iguales a los huesos de los campesinos, de los pobres, de los mendigos y de los esclavos.

Llame a otro tipo de médico
      Un poderoso monarca llamó a un santo padre - al que todos atribuían poderes curativos - para que le ayudara a disminuir sus dolores de columna.
     - Dios nos ayudará - dijo el hombre santo. - Pero antes vamos a entender la razón de estos dolores. Sugiero que Vuestra Majestad se confiese ahora, pues la confesión hace al hombre enfrentar sus problemas, y lo libera de muchas culpas.
     Molesto por tener que pensar en tantos problemas, el rey dijo:
     - No quiero hablar de estos temas; necesito a alguien que me cure sin hacer preguntas.
     El sacerdote salió y volvió media hora más tarde con otro hombre.
     - Creo que la palabra puede aliviar el dolor, y ayudarme a descubrir el camino acertado para la cura - dijo. - Sin embargo, usted no desea conversar, y no puedo ayudarlo. Pero le diré a quien necesita: mi amigo es veterinario, y no acostumbra a hablar con sus pacientes.

 
Edición nº12