Edición nº 08
Leyenda sufi: el caballo perdido |
Reflexiones
del Guerrero de la Luz
Hace muchos años, en una pobre
aldea china, vivía un labrador con su hijo. Su único
bien material, aparte de la tierra y de la pequeña casa de
paja, era un caballo que había heredado de su padre.
Un buen día el caballo se escapó,
dejando al hombre sin animal para labrar la tierra. Sus vecinos
- que lo respetaban mucho por su honestidad y diligencia - acudieron
a su casa para decirle cuanto lamentaban lo ocurrido. Él
les agradeció la visita, pero preguntó:
- ¿Cómo podéis
saber que lo que ocurrió ha sido una desgracia en mi vida?
Alguien comentó en voz baja
con un amigo: "él no quiere aceptar la realidad, dejemos
que piense lo que quiera, con tal que no se entristezca por lo ocurrido".
Y los vecinos se marcharon, fingiendo
estar de acuerdo con lo que habían escuchado.
Una semana después, el caballo
retornó al establo, pero no venía solo: traía
una hermosa yegua como compañía. Al saber eso, los
habitantes de la aldea, - alborozados, porque solo ahora entendían
la respuesta que el hombre les había dado - retornaron a
casa del labrador, para felicitarlo por su suerte.
- Antes tenías solo un caballo,
y ahora tienes dos. ¡Felicitaciones! - dijeron.
- Muchas gracias por la visita y por
vuestra solidaridad - respondió el labrador. -¿Pero
cómo podéis saber que lo que ocurrió es una
bendición en mi vida?
Desconcertados, y pensando que el
hombre se estaba volviendo loco, los vecinos se marcharon, comentando
por el camino "¿será posible que este hombre
no entienda que Dios le ha enviado un regalo?"
Pasado un mes, el hijo del labrador,
decidió domesticar la yegua. Pero el animal saltó
de una manera inesperada, y el muchacho tuvo una mala caída,
rompiéndose una pierna.
Los vecinos retornaron a la casa del
labrador, llevando obsequios para el joven herido. El alcalde de
la aldea, solemnemente, presentó sus condolencias al padre,
diciendo que todos estaban muy tristes por lo que había sucedido.
El hombre agradeció la visita
y el cariño de todos. Pero preguntó:- ¿cómo
podéis vosotros saber si lo ocurrido ha sido una desgracia
en mi vida?
Esta frase dejó a todos estupefactos,
pues nadie puede tener la menor duda de que un accidente con un
hijo es una verdadera tragedia. Al salir de la casa del labrador,
comentaban entre sí: "realmente se ha vuelto loco; su
único hijo se puede quedar cojo para siempre y aún
tiene dudas que lo ocurrido sea una desgracia".
Transcurrieron algunos meses y el
Japón declaró la guerra a China. Los emisarios del
emperador recorrieron todo el país en busca de jóvenes
saludables para ser enviados al frente de batalla. Al llegar a la
aldea, reclutaron a todos los jóvenes excepto al hijo del
labrador, que estaba con la pierna rota.
Ninguno de los muchachos retornó
vivo. El hijo se recuperó, los dos animales dieron crías
que fueron vendidas y rindieron un buen dinero. El labrador pasó
a visitar a sus vecinos para consolarlos y ayudarlos, ya que se
habían mostrado solidarios con él en todos los momentos.
Siempre que alguno de ellos se quejaba, el labrador decía:
"¿cómo sabes si esto es una desgracia?".
Si alguien se alegraba mucho, él preguntaba: "¿Cómo
sabes si eso es una bendición?" Y los hombres de aquella
aldea entendieron que, más allá de las apariencias,
la vida tiene otros significados.