Edición nº 98

De las artimañas del amor

De las artimañas del amor

El califa y su mujer
     El califa árabe hizo llamar a su secretario:
     -Encierra a mi mujer en la torre mientras estoy de viaje –ordenó.
     -¡Pero si ella ama a Su Majestad!
     -Y yo la amo a ella –respondió el califa-. Pero sigo un viejo proverbio de nuestra tradición: "haz pasar hambre a tu perro y te será fiel; hazlo engordar y te morderá.”
     El califa partió hacia la guerra y volvió seis meses después. Al llegar, llamó a su secretario y pidió ver a su esposa.
     -Os ha dejado –fue la respuesta del secretario-. Su Majestad citó un bello proverbio antes de partir, pero olvidó otro dicho árabe:
     "Si tu perro está preso, acompañará a cualquier persona que le abra la jaula.”

El intento de controlar el alma
     Muchas veces pensamos que podemos controlar el amor. Y, en ese momento, nos sorprendemos haciéndonos una pregunta absolutamente inútil: “¿merece la pena?”
     El amor no respeta esa pregunta. El amor no se deja valorar como una mercancía. Uno de los personajes de la obra La buena alma de Tse-Chuang, de Bertold Brecht, nos habla de la verdadera entrega:

     "Quiero estar junto a la persona que amo.
     No quiero saber el precio que habré de pagar.
     No quiero saber si será bueno o malo para mi vida.
     No quiero saber si esa persona me quiere o no
     Lo único que necesito, lo único que deseo, es estar cerca de la persona que amo”.

La medida del amor
     -Siempre quise saber si era capaz de amar como amas tú –dijo el discípulo hindú a su maestro.
     -No existe nada más allá del amor –respondió el maestro-. Es lo que hace girar al mundo y mantiene las estrellas suspendidas en el cielo.
     -Lo sé. Pero, ¿cómo puedo saber si mi amor es lo bastante grande?
     -Procura saber si te entregas, o si por el contrario, huyes de tus emociones. Pero no te hagas preguntas como ésa, pues el amor no es grande ni pequeño. No se puede medir un sentimiento como se mide una calle: si haces eso, sólo percibirás su reflejo, como el de la luna en un lago, pero no estarás recorriendo su camino.

La búsqueda contemplativa
     Linda Sabatth cogió a sus tres hijos y decidió irse a vivir a una pequeña hacienda en el interior de Canadá; quería dedicarse sólo a la contemplación espiritual.
     Antes de que hubiera transcurrido un año, se había enamorado, se había casado de nuevo, había estudiado las técnicas de meditación de los santos, había luchado por una escuela para sus hijos, había hecho amigos y enemigos, había descuidado su tratamiento dental, había tenido un absceso, había hecho auto-stop bajo tormentas de nieve, había aprendido a reparar el coche, había tenido que deshelar las cañerías, había hecho milagros con el dinero de la pensión para llegar a fin de mes, había vivido del subsidio de desempleo, había dormido sin calefacción, había reído sin motivo, había llorado de desesperación, había construido una capilla, había hecho reparaciones en la casa, había pintado paredes, había impartido cursos sobre contemplación espiritual.
     -Y al final entendí que una vida de oración no significa aislamiento –dijo-. El amor es tan grande que hay que dividirlo.

 
Edición nº 98