Edición nº 89
Transformar el tiempo
Mantengo una frecuente correspondencia electrónica con, Stephan Rechtschaffen, un médico fundador del Omega Institute en Nueva York, que tanto éxito tiene. Me invitaron allí a dar una charla, pero tuve que cancelarla en el último momento. Poco después, nos pidieron a los dos que fuéramos juntos a Viena, Austria, y esta vez decidí cancelar la cita porque el precio que cobraban me parecía carísimo. El hecho es que tales contratiempos, en lugar de separarnos, terminaron acercándonos (el mundo tiene estas cosas tan curiosas).
En uno de sus mensajes electrónicos, Stephan me avisa que me va a enviar su libro. Para mi sorpresa, recibo un ejemplar de Timeshifting (El Giro en el tiempo) en portugués. Lo leo en una tarde, lo vuelvo a leer varias veces, ya que todos nosotros, todos los días de nuestra vida, tenemos un problema relacionado con este asunto. En el texto, Stephan hace algunas observaciones detalladas a continuación (editadas debido al tamaño de la columna).
El tiempo no es una medida sino una cualidad: cuando miramos al pasado, no estamos rebobinando una cinta, sino recordando un destello de nuestro paso por la tierra. No se mide el tiempo como se mide una carretera, ya que damos saltos enormes hacia atrás (recuerdos) y hacia delante (proyectos).
Gestionar no es vivir: la frase “el tiempo es oro” es una tontería. Tenemos que ser conscientes de cada minuto, saber aprovecharlo en aquello que estamos haciendo (con amor) o simplemente en la contemplación de la vida. El día comprende 24 horas y una infinidad de momentos. Si levantamos el pie del acelerador, todo dura mucho más. Claro, puede parecernos largo lavar los platos, pero ¿por qué no utilizar ese tiempo para pensar en cosas agradables, para cantar, relajarnos, alegrarnos del hecho de estar vivos?
Sintonía con la vida: Arthur Rubinstein (uno de los mayores pianistas del siglo XX) fue abordado en cierta ocasión por una fervorosa admiradora, que le preguntó. “¿cómo puede tocar las notas con tanta maestría?” El pianista respondió: “toco las notas igual que los otros, pero las pausas ...¡ah! Allí es donde está el arte”. El proceso de mi divorcio fue extremadamente doloroso, y pensé que, ocupando mi tiempo al máximo, conseguiría superar los momentos difíciles; pero no ocurrió como había previsto, ya que no me atrevía a mirar el dolor que había en mi alma. En un momento dado, “empecé a utilizar las pausas”: me sentaba, dejaba que viniese el dolor, que me alcanzase y que pasase. Poco a poco, fui reestructurando mi vida, entendiendo mejor las razones de la separación, y hoy mi ex-mujer trabaja conmigo en el Omega Institute, pues fui capaz de hacer frente al dolor y no limitarme a ocultarlo por detrás de numerosos trabajos.
Hacer frente a las experiencias utilizando más profundidad: un estudio realizado sobre los visitantes del Zoológico Nacional de Washington reveló que el tiempo medio que pasan las personas mirando cualquier animal exhibido no pasa de diez segundos. Entonces, ¿para qué ir al zoológico? ¿No sería mejor hojear un libro con ilustraciones? Un guía me explicó que la gente se queja de que los hipopótamos siempre están sumergidos; de hecho, pasan bajo el agua períodos que van de 90 segundos a un máximo de cinco minutos. Sin embargo, la prisa por seguir adelante no deja al visitante aprovechar el motivo de su visita.
Saber cuándo reflexionar o actuar: una paciente mía que tenía un problema de obesidad, dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de curarse. Le dije que, cada vez que tuviera ganas de comer, observase su sensación de hambre, y se abstuviera de actuar. “¡Pero si tengo hambre!”, respondió. “Precisamente”, fue mi comentario. Si consigues convivir con esa sensación, observar el hambre, dejar que te dé con toda su intensidad, sufrir eventualmente, y en ningún momento actuar, pronto conseguirás atenuar tu ansiedad, y sabrás ser dueña de tu voluntad y no esclava de tus impulsos.
Actuar frente a las emociones negativas: cuando nos sentamos en un sofá, encendemos la televisión (lo cual, en realidad, es una forma de desconectarse del mundo). Entonces puede suceder que sintamos una gran ansiedad, que pensemos que estamos perdiendo el tiempo, que tenemos que llamar a alguien, hacer gimnasia, arreglar la casa. ¿Por qué? Porque si nos quedamos quietos, se nos vendrá encima toda la ola de emociones reprimidas, nos deprimirá, nos dejará tristes o con un sentimiento de culpa. Pero cuanto más nos “ocupamos” en algo, más se acumulan estas emociones, hasta que un día corremos el riesgo de verlas estallar sin control..
Sí, todos tenemos nuestros problemas, a los que debemos hacer frente. ¿Por qué no hacerlo hoy? Parar. Pensar. De manera eventual, sufrir un poco. Pero al final, entender quiénes somos, qué sentimos, qué estamos haciendo aquí, en este momento, en lugar de intentar determinar la Agenda de la Vida.