Edición nº 75
Las trampas de la búsqueda
En un momento en que las personas están prestando más atención a las cuestiones del espíritu, ocurre al mismo tiempo otro fenómeno, y es la intolerancia hacia la búsqueda espiritual de los demás. Todos los días recibo visitas, mensajes electrónicos, cartas, panfletos, que intentan probar que tal camino es mejor que el otro y que contienen una serie de reglas para alcanzar “la iluminación”. En virtud del volumen creciente de este tipo de correspondencia, decidí escribir un poco sobre aquello que considero peligroso en esta búsqueda.
Mito I: la mente puede curarlo todo. Eso no es verdad, y prefiero ilustrar este mito con una historia. Hace algunos años, una amiga mía, profundamente involucrada en la búsqueda espiritual, empezó a tener fiebre y a sentirse muy mal. Durante toda la noche procuró mentalizar su cuerpo usando todas las técnicas que conocía para curarse con el único poder del pensamiento. Al día siguiente, sus hijos, preocupados, le pidieron que fuera al médico, pero ella rehusaba, alegando que estaba “purificando” su espíritu. Solo cuando la situación llegó a ser insostenible aceptó ir a un hospital, y allí tuvo que ser operada de inmediato, pues le diagnosticaron apendicitis. Por consiguiente, mucho cuidado: es mejor a veces pedir que Dios guíe las manos de un médico que intentar curarse solo.
Mito II: la carne roja aleja la luz divina. Es evidente que si usted pertenece a determinada religión tendrá que respetar las reglas establecidas: judíos y musulmanes, por ejemplo, no comen carne de cerdo y en este caso se trata de una práctica que ya forma parte de la fe. Entretanto, el mundo está siendo inundado por una ola de “purificación” a través de la comida: los vegetarianos radicales miran a las personas que comen carne como si fueran responsables por el asesinato de los animales. Pero, ¿acaso las plantas no son también seres vivos? La naturaleza es un constante ciclo de vida y muerte y algún día seremos nosotros los que iremos a alimentar la tierra. Por lo tanto si usted no pertenece a una religión que prohiba determinado alimento, coma aquello que su organismo le pida.
Quiero recordar aquí la historia del mago ruso Gurdjeff: cuando era joven fue a visitar a un gran maestro y para impresionarlo comía solamente vegetales.
Cierta noche el maestro quiso saber por qué tenía una dieta tan rígida y Gurdjeff le contestó que era para mantener limpio su cuerpo. El maestro rió, aconsejándole suspender inmdiatamente esa práctica, porque si continuaba así terminaría como una flor frente a una estufa: muy pura, pero incapaz de resistir a los desafíos de los viajes y de la vida. Como decía Jesús: “El mal no es lo que entra, sino lo que sale de la boca del hombre”.
Mito III: Dios es sacrificio. Mucha gente busca el camino del sacrificio y de la autoinmolación, afirmando que debemos sufrir en este mundo para alcanzar la felicidad en el próximo. Pues bien, si este mundo es una bendición de Dios ¿por qué no saber aprovechar al máximo las alegrías que la vida nos da? Estamos muy acostumbrados a la imagen de Cristo clavado en la cruz, pero olvidamos que su pasión duró apenas tres días, el resto del tiempo lo pasó viajando, encontrando a personas, comiendo, bebiendo, llevando su mensaje de tolerancia. Hasta tal punto que su primer milagro fue “políticamente incorrecto”: cuando faltó bebida en las bodas del Canaan, él transformó el agua en vino. Hizo eso, a mi entender, para mostrarnos a todos nosotros que no hay nada malo en ser feliz, alegrarse, participar en una fiesta, porque Dios está mucho más presente cuando estamos reunidos con otros. Mahoma decía que “si somos infelices traemos también la infelicidad a nuestros amigos”. Buda, después de un largo período de privación y renuncia estaba tan débil que casi se ahogó en un río; cuando fue salvado por un pastor comprendió que el aislamiento y el sacrificio nos alejan del milagro de la vida.
Mito IV: existe un único camino hacia Dios. Este es el más peligroso de todos los mitos, pues a partir de ahí comienzan las explicaciones del gran Misterio, las luchas religiosas, los juicios sobre nuestro prójimo. Podemos elegir una religión (yo, por ejemplo, soy católico), pero debemos entender que si nuestro hermano escogió una religión diferente, llegará al mismo punto de luz que nosotros buscamos con nuestras prácticas espirituales. Finalmente, vale la pena recordar que no es posible transferir de manera alguna al cura, al rabino o al imán, la responsabilidad de nuestras decisiones. Somos nosotros los que construimos, a través de cada uno de nuestros actos, el camino hasta el Paraíso.