Edición nº 69
Historias de la madre Naturaleza
El león y los gatos
Un león encontró a
un grupo de gatos conversando. "Voy a devorarlos", pensó.
Pero comenzó a sentir una extraña
calma. Y decidió sentarse con ellos para escuchar lo que
decían.
-¡Mi buen Dios - dijo uno de
los gatos, sin notar la presencia del león. - ¡Hemos
rezado toda la tarde, pidiendo que lloviesen ratones del cielo!
-¡Y hasta ahora no ha pasado
nada! - dijo otro.- ¿Será que Dios no existe?
El cielo permaneció mudo. Y
los gatos perdieron la fe.
El león se levantó y
siguió su camino, pensando "Hay que ver como son las
cosas: yo iba a matar a esos animales, pero Dios me lo impidió.
Aun así, ellos dejaron de creer en las gracias divinas: estaban
tan preocupados con lo que les faltaba que ni se dieron cuenta de
la protección que recibieron."
En silencio
El árbol estaba tan lleno
de manzanas que sus ramas no conseguían balancearse con el
viento.
-¿Por qué no haces ruido?
Al fin de cuentas, todos tenemos alguna vanidad y necesitamos llamar
la atención de los otros - comentó el bambú.
- No lo necesito. Mis frutos son mi
mejor propaganda - respondió el
árbol.
La margarita y el egoísmo
"Soy una margarita en un campo
de margaritas" pensaba la flor. "En medio de las otras,
es imposible notar mi belleza"
Un ángel escuchó su
pensamiento y comentó:
- ¡Pero si eres tan bonita!
- ¡Quiero ser única!
Para no oir más reclamaciones,
el ángel la transportó hasta una plaza de una ciudad.
Días después el alcalde
pasó por allí con un jardinero, para reformar el lugar.
- Aquí no hay nada interesante.
Revuelvan la tierra y planten geranios.
- ¡Un momento! - gritó
la margarita - ¡Si hacéis eso me mataréis!
- Si existieran otras como tú,
podríamos hacer una bonita decoración - respondió
el alcalde. Pero es imposible encontrar margaritas por los alrededores
y tú sola no haces un jardín.
Y seguidamente arrancó la flor.
Olvidando la magia
La gaviota volaba sobre la playa
cuando vio a un gato, e inmediatamente se enamoró de él.
Descendió del cielo y le preguntó:
- ¿Dónde están
tus alas?
Cada animal habla sólo un idioma,
así que el gato no entendió lo que ella le decía;
pero notó que el ser que estaba frente a él tenía
dos cosas extrañas saliendo de su cuerpo. "Debe de sufrir
alguna enfermedad", pensó el gato.
La gaviota percibió que su
nuevo amado la miraba fijamente:
- ¡Pobrecito! Seguramente fue
atacado por monstruos que lo dejaron sordo y le robaron sus alas.
Compadecida, lo cogió con su
pico y lo llevó a pasear por las alturas. "Así
por lo menos estamos un rato juntos" pensó mientras
volaban. Pero como no
consiguió - por más que lo intentase - demostrarle
su amor, finalmente lo depositó en el suelo y partió
en busca de alguien que la comprendiera mejor.
El gato permaneció profundamente
infeliz durante algunos meses: había conocido las alturas,
visto un mundo vasto y bello, encontrado una compañera, y
todo había terminado. Pero con el paso del tiempo volvió
a acostumbrarse a como era antes, concluyó que no había
nacido para ir tan lejos en sus sueños y nunca más
deseó que le pasara algo bueno en su vida, pues el perderlo
después le hacía sufrir mucho.
Los puercoespines y la solidaridad
El lector Álvaro Conegundes
cuenta que durante la era glacial muchos animales morían
a causa del frío. Los puercoespines, percibiendo la situación,
decidieron juntarse en grupo para ayudarse y protegerse mutuamente.
Pero las espinas de cada uno herían
a los compañeros más próximos y por esto tuvieron
que volver a separarse unos de otros.
Volvieron a morir congelados. Y tuvieron
que hacer una elección: o desaparecían de la faz de
la Tierra o aceptaban las espinas de sus semejantes.
Sabiamente, decidieron volver a juntarse.
Aprendieron a convivir con las pequeñas heridas que una relación
muy próxima podía causar, ya que lo más importante
era el calor del otro.
Y terminaron sobreviviendo.
En el camino de Damasco
El hombre caminaba por el camino
de Damasco. Recordaba su amor perdido y su alma sollozaba. "¡Pobre
del ser humano que conoce el amor" pensaba. "Jamás
será feliz, por el miedo a perder lo que ama".
En aquel momento escuchó a
un ruiseñor cantando.
-¿Por qué actúas
así? -le preguntó- ¿No ves que mi amada, que
gustaba tanto de tu canto, ya no está más aquí
a mi lado?
-Canto porque estoy contento - respondió
el ruiseñor.
-¿Tú nunca perdiste
a nadie? - insistió el hombre
-¡Muchas veces! -respondió
el ruiseñor- Pero mi amor continuó siendo el mismo.
Y el hombre sintió más
esperanza en su camino.
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