Edición nº 57
1 - El arte de la retirada | 2 - El maestro
y el combate | 3 - El bosque de los cedros
4 - El camino que lleva al cielo | 5 - El capullo | 6 - El empleado
inteligente
El arte de la retirada
Un guerrero
de la luz que confía demasiado en su inteligencia acaba por
subestimar el poder de su adversario.
Es preciso no olvidar que hay momentos
en que la fuerza es más eficaz que la sagacidad. Y cuando
estamos ante un cierto tipo de violencia, no hay brillo, argumento,
inteligencia o encanto que puedan evitar la tragedia.
Por eso, el guerrero nunca subestima
la fuerza bruta: cuando ésta es irracionalmente agresiva,
él se retira del campo de batalla, hasta que el enemigo haya
desgastado su energía.
Sin embargo, es conveniente dejar
bien claro que un guerrero de la luz nunca se acobarda. La fuga
puede ser un excelente arte de defensa, pero no debe usarse cuando
el miedo es grande.
En la duda, el guerrero prefiere enfrentar
la derrota y después curar sus heridas, porque sabe que si
huye está dando a su agresor un poder mayor del que merece.
Él puede curar el sufrimiento
físico, pero será eternamente perseguido por su debilidad
espiritual. Ante algunos momentos difíciles y dolorosos,
el guerrero enfrenta la situación desventajosa con heroismo,
resignación y coraje.
Para alcanzar el estado de espíritu
necesario (ya que está entrando en una lucha con desventaja
y puede sufrir mucho), el guerrero necesita entender exactamente
aquello que podrá hacerle daño. Okakura Kakuso comenta
en su libro sobre el ritual japonés del té:
"Nosotros vemos la maldad en los otros, porque conocemos
la maldad a través de nuestro comportamiento. Nosotros nunca
perdonamos a aquellos que nos hieren, porque pensamos que jamás
seríamos perdonados. Decimos la verdad dolorosa al prójimo
porque la queremos esconder de nosotros mismos. Mostramos nuestra
fuerza para que nadie pueda ver nuestra fragilidad.
Por eso, siempre que estés juzgando a tu hermano, tienes
que estar consciente de que eres tú quien está ante
el tribunal".
A veces, esta conciencia puede evitar una lucha que sólo
traerá desventajas. Otras veces, sin embargo, no hay salida:
simplemente el combate es desigual.
Sabemos que vamos a perder, pero el enemigo - la violencia - no
nos dejó ninguna otra alternativa, excepto la cobardía,
que no nos interesa. En este momento es necesario aceptar el destino,
procurando mantener presente un texto del fabuloso Bragavad Gita
(Capítulo II, 16-26).
"El hombre no nace, y tampoco
nunca muere. Habiendo venido a existir, jamás dejará
de hacerlo, porque es eterno y permanente.
Así como un hombre desecha
las ropas usadas y pasa a usar ropas nuevas, el alma desecha al
cuerpo viejo y asume el cuerpo nuevo.
Pero ella es indestructible; las espadas
no pueden cortarla, el fuego no la quema, el agua no la moja, el
viento jamás la reseca. Ella está más allá
del poder de todas estas cosas.
Como el hombre es indestructible,
él es siempre victorioso (incluso en sus derrotas) y por
eso no debe lamentarse jamás."
El maestro y el combate
El maestro de aikido exigía entrenamientos intensivos,
pero jamás permitía que sus alumnos participasen en
competiciones con otras academias de artes marciales. Todos protestaban
por eso, pero nadie tenía el valor de comentar este asunto
en la clase.
Hasta que, cierta tarde, uno de los jóvenes osó
plantear:
- Nos hemos dedicado con todo nuestro
corazón al estudio del aikido. Sin embargo, jamás
sabremos si somos buenos o malos luchadores, porque no podemos enfrentar
a nadie de afuera.
- Espero que nunca necesiteis saberlo
- respondió el maestro - El hombre que desea pelea, pierde
su contacto con el Universo. Nosotros estamos estudiando aquí
el arte de resolver los conflictos, no de iniciarlos.
El bosque de cedros
En 1939, el diplomático japonés
Chiune Sugihara, que ocupaba un puesto en Lituania durante una de
las épocas más terribles de la humanidad, salvó
a miles de judíos polacos de la amenaza nazi, concediéndoles
visados de salida.
Su acto de heroismo fue mencionado
en una oscura nota al pié de página que pasó
desapercibida en la historia de la guerra, hasta que los supervivientes
por él salvados decidieron contar lo sucedido. Pronto su
valor y grandeza comenzaron a ser celebrados, llamando la atención
de los medios de comunicación e inspirando a algunos autores
a publicar libros que lo describían como el "Schlinder
japonés".
Mientras tanto, el gobierno de Israel
estaba reuniendo los nombres de los salvadores para recompensarlos
por sus esfuerzos. Una de las maneras que el estado judío
tenía de reconocer su deuda para con esos héroes,
consistía en plantar árboles en su homenaje. Cuando
la valentía de Sugihara fue revelada, las autoridades israelitas
planearon, como era la costumbre, plantar un bosque de cerezos -
árbol tradicional en el Japón - en su memoria.
De repente, en una decisión
sorprendente, la orden fue revocada. Decidieron que, en comparación
con el valor de Sugihara, los cerezos eran un símbolo insuficiente
y optaron por un bosque de cedros, más vigoroso y de connotaciones
más sagradas, por haber sido usado en el Primer Templo.
Cuando los árboles ya estaban
plantados, las autoridades descubrieron que "Sugihara"
en japonés, podía ser escrito como....bosque de cedros.
El camino que lleva al cielo
Cuando preguntaron al abad Antonio
si el camino del sacrificio llevaba al cielo, éste respondió:
Existen dos caminos de sacrificio.
El primero es el del hombre que mortifica la carne y hace penitencia
porque cree que estamos condenados. El hombre que sigue este camino
se siente culpable y se cree indigno de vivir feliz.
El segundo camino es recorrido por
aquel que, a pesar de saber que el mundo no es tan perfecto como
deseamos, reza, hace penitencia, y ofrece su tiempo y su trabajo
para mejorar el ambiente que lo rodea. Entonces él entiende
que la palabra sacrificio proviene de sacro oficio, o oficio sagrado.
En este caso, la Presencia Divina lo ayuda todo el tiempo, y el
consigue resultados en el Cielo.
El capullo
El gran escritor griego Nikos Kazantzakis ("Zorba, el Griego")
cuenta que, cuando era niño, se fijó en un capullo
que estaba prendido a un árbol, donde una mariposa se preparaba
para nacer. Esperó algún tiempo, pero, como estaba
tardando mucho, decidió calentar el capullo con su aliento.
La mariposa terminó saliendo, pero sus alas aún estaban
sujetas , y murió poco tiempo después.
"Era necesaria una paciente maduración hecha por el
sol, y yo no supe esperar" dice Kazantzakis. "Aquel pequeño
cadáver es, hasta hoy, uno de los mayores pesos que tengo
en la conciencia. Pero fue él que me hizo entender lo que
es un verdadero pecado mortal: forzar las grandes leyes del universo.
Es necesario tener paciencia, aguardar el momento adecuado y seguir
con confianza el ritmo que Dios escogió para nuestra vida".
El empleado inteligente
Estando en una base aérea en el África, el escritor
Saint-Exupéry hizo una colecta entre sus amigos para un empleado
marroquí que quería regresar a su ciudad natal. Consiguió
reunir mil francos.
Uno de los pilotos transportó al empleado hasta Casablanca,
y volvió contando lo sucedido:
-En cuanto llegó, fue a cenar al mejor restaurante, distribuyó
generosas propinas, pagó bebidas para todos y compró
juguetes para los niños de su aldea. Este hombre no tenía
el menor sentido de la economía.
-Al contrario - respondió Saint-Exupéry - Él
sabía que la mejor inversión en el mundo son las personas.
Gastando así, consiguó ganar nuevamente el respecto
de sus coterráneos, que terminarán por darle empleo.
Al fin y al cabo, solo un vencedor puede ser tan generoso.