Edición nº 43

Dos historias sobre montañas

Dos historias sobre montañas

Aquí, donde estoy
     Después de haber ganado muchas competiciones de arco y flecha, el campeón de la ciudad fue a visitar al maestro de zen.
     -Soy el mejor de todos -dijo-. No he aprendido religión, no he buscado la ayuda de los monjes, pero he conseguido ser considerado el mejor arquero de toda la región. Me he enterado de que, durante cierto tiempo, usted fue el mejor arquero de la región, y dígame: ¿era necesario convertirse en monje para aprender a disparar?
     -No -respondió el maestro de zen.
     Pero el campeón no se dio por satisfecho: cogió una flecha, la puso en su arco, disparó, y acertó a una cereza que estaba muy lejos. Sonrió como quien dice: "podría haberse ahorrado esta pérdida de tiempo dedicándose sólo a la técnica." Y dijo:
     -Dudo que pueda repetir este disparo.
     Sin demostrar la menor preocupación, el maestro entró en el templo, cogió su arco, y empezó a caminar en dirección a una montaña cercana. En el camino, había un abismo que sólo se podía cruzar por una pasarela de cuerdas podridas, medio desprendida: con mucha calma, el maestro de zen fue hasta el centro de la pasarela, sacó su arco, puso la flecha, apuntó a un árbol que había al otro lado del despeñadero, y acertó el blanco.
     -Ahora tú -dijo amablemente al muchacho, mientras volvía a terreno seguro.
     Aterrorizado, mirando al precipicio que tenía a sus pies, el joven fue hasta el lugar indicado y disparó, pero su flecha fue a parar muy lejos del blanco.
     -Para esto me ha servido la disciplina y la práctica de la meditación -concluyó el maestro, cuando el muchacho volvió a su lado. -Puedes tener mucha habilidad con el instrumento que has elegido para ganarte la vida, pero será inútil, si no consigues dominar la mente que utiliza este instrumento.

Contemplar el desierto
     Tres personas que viajaban en una pequeña caravana, vieron a un hombre que contemplaba el atardecer en el desierto del Sahara desde lo alto de una montaña.
     -Debe ser un pastor que ha perdido una oveja, e intenta ver dónde está -dijo el primero.
     -No, no creo que esté buscando nada, y mucho menos a estas horas: durante la puesta del sol, la visibilidad es algo confusa. Yo creo que espera a un amigo.
     -Estoy convencido que se trata de un hombre santo, y busca la iluminación, -comentó el tercero.
     Empezaron a comentar qué podía hacer allí aquel hombre, y tanto se enzarzaron en la discusión que casi llegaron a pelearse. Al final, para ver quién tenía razón, decidieron subir la montaña y hablar con aquel hombre.
     -¿Está buscando una oveja? -preguntó el primero.
     -No, no tengo rebaño.
     -Entonces, seguro que espera a alguien -afirmó el segundo.
     -Soy un hombre solitario que vive en el desierto -respondió.
     -Puesto que vive en el desierto, y solo, pensamos que es un santo que busca las señales de Dios, y está meditando. -dijo, muy contento, el tercer hombre.
     -¿Creéis que todo lo que sucede en la Tierra necesita una explicación? Pues os lo explicaré: he venido aquí para ver la puesta del sol. ¿Acaso esto no basta para dar un sentido a nuestra vida?

 
Edición nº43