Edición nº 41
Traer a Dios a la vida real
Muchas veces vemos la búsqueda espiritual como algo muy alejado de nuestra realidad. Esta actitud está completamente equivocada; Dios está en todo lo que nos rodea y a menudo sólo Le servimos cuando ayudamos al prójimo. A continuación, algunas historias al respecto:
Dar ejemplo
Una vez preguntaron a Dov Beer de
Mezeritch:
"¿Cuál es el mejor
ejemplo a seguir? ¿El de los hombres piadosos, que dedican
su vida a Dios? ¿El de los hombres cultos, que procuran comprender
la voluntad del Altísimo?
"El mejor ejemplo es el de los
niños", respondió.
"Los niños no saben nada.
Aún no han aprendido lo que es la realidad", replicaron
casi todos.
"Estáis muy equivocados
porque la realidad tiene tres cualidades que jamás deberíamos
olvidar", dijo Dov Beer. "Siempre está alegre sin
motivo. Siempre está ocupada. Y cuando desea algo, sabe exigirlo
con insistencia y determinación".
La oración de los niños
Un pastor protestante, después
de formar una familia, ya no tenía tranquilidad para rezar.
Una noche, al arrodillarse, le perturbaron los juegos de los niños
en la sala.
"¡Di a los niños
que se estén quietos!",gritó.
Su mujer, asustada, le obedeció.
A partir de entonces, cuando el pastor llegaba a su casa y empezaba
a rezar sus oraciones, todos permanecían en silencio. Pero
él sentía que Dios ya no le escuchaba.
Una noche, en medio de la oración,
preguntó al Señor: "¿qué está
sucediendo? Tengo la paz necesaria pero no consigo rezar."
Y un ángel le respondió:
"Él escucha palabras pero
ya no escucha risas. Él siente la devoción pero ya
no ve alegría".
El pastor se levantó y de nuevo
gritó a su mujer:
"¡Di a los niños
que jueguen! ¡Ellos forman parte de la oración!"
Y Dios volvió a escuchar sus
palabras.
El libro de Camus
Un periodista perseguía al
escritor francés Albert Camus, pidiéndole que le hablara
detalladamente de su trabajo. El autor de La peste se negaba a ello:
"Yo escribo y los demás
juzgan según lo que entienden".
Pero el periodista no cejaba en su
empeño. Una tarde, consiguió encontrarse con él
en un café de París.
"La crítica afirma que
usted nunca aborda temas profundos" dijo el periodista. "Y
yo le pregunto: si tuviera que escribir un libro sobre la sociedad,
¿aceptaría el desafío?"
"Claro", respondió
Camus. "El libro tendría cien páginas. Noventa
y nueve estarían en blanco, porque no hay nada que decir.
Al final de la centésima página, yo escribiría:
"el único deber del hombre es amar".
En el metro de Tokio
Terry Dobson viajaba en el metro de
Tokio cuando entró un borracho y empezó a insultar
a todos los pasajeros.
Dobson, que ya hacía algunos
años que estudiaba artes marciales, se enfrentó al
hombre.
"¿Qué quieres?",
preguntó el borracho.
Dobson se preparó para atacarlo.
En ese momento, un viejecito que estaba sentado en un banco gritó:
"¡Eh!"
"Primero pegaré al extranjero
y después te pegaré a ti!", dijo el borracho.
"Yo también suelo beber",
dijo el anciano. "Cada tarde me siento a tomar sake con mi
mujer. ¿Tienes mujer?"
El borracho, desorientado, respondió:
"No tengo mujer ni tengo a nadie.
Sólo tengo vergüenza de mí mismo".
El anciano pidió al borracho
que se sentara a su lado. Cuando Dobson bajó del vagón,
aquel hombre estaba llorando.
En el lugar deseado
Una amiga vino a servir nuestra mesa
-en un café de San Diego (California.) Conocí a Claudia
en el Brasil, hace cuatro años. Cuento a los amigos la vida
que lleva en los Estados Unidos: sólo duerme tres horas -porque
trabaja en el café hasta muy tarde- y durante todo el día
trabaja de canguro.
"No sé cómo lo
aguanta", dijo alguien.
"Hay un cuento budista que habla
de una tortuga -dice una argentina que está en nuestra mesa.
"Mientras caminaba por un pantano,
sucia de barro, pasó por delante de un templo. Allí,
vio un caparazón de tortuga -totalmente adornado con oro
y piedras preciosas.
"No te envidio, amiga mía",
pensó la tortuga. "Tú estás cubierta de
joyas, pero yo hago lo que quiero".
Pelar naranjas
Ernest Hemingway, autor del clásico
"El Viejo y la mar", combinaba momentos de dura actividad
física con periodos de inactividad total. Antes de sentarse
para escribir las páginas de un nuevo libro, se pasaba horas
enteras pelando naranjas y contemplando el fuego.
Un mañana, un periodista reparó
en esta extraña costumbre.
"¿No le parece una pérdida
de tiempo?", preguntó el periodista. "Siendo tan
famoso, ¿no debería hacer cosas más importantes?"
"Estoy preparando mi alma para
escribir, como un pescador prepara su material antes de hacerse
a la mar", respondió Hemingway. "Si no lo hace,
si cree que lo único importante es el pescado, jamás
conseguirá nada".
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