Edición nº 38
Lawrence LeShan y la meditación
La gimnasia de la mente
Lawrence LeShan participaba en un
congreso científico cuando reparó que un gran número
de personas consideradas "racionales" practicaban meditación
diaria. Intrigado, procuró saber la causa de aquella conducta,
tan conflictiva con la práctica de la ciencia. Durante los
cuatro días del encuentro, recibió toda clase de respuestas,
hasta que alguien dijo: "es como volver a casa". Fue el
único momento en el que todos los participantes del grupo
estuvieron de acuerdo con una definición.
A partir de ahí, LeShan comenzó
a investigar los beneficios y las dudas del ejercicio diario de
concentración, y el resultado fue un interesante libro titulado
"Como meditar".
A continuación, algunas conclusiones
del autor:
La meditación no es una invención
de un hombre, de una religión o de una escuela filosófica,
sino la búsqueda del ser humano para encontrarse consigo
mismo. En muchos lugares y en épocas distintas, investigadores
de la condición humana han llegado a la conclusión
de que utilizamos muy poco de nuestro potencial de vivir, expresarnos
y participar.
Meditamos con el fin de encontrar,
recuperar, o retornar a una sabiduría y una felicidad que
inconscientemente sabemos que poseemos, aun cuando los conflictos
y desafíos de la existencia las hayan empujado hacia un rincón
oscuro de nuestra cabeza. En la medida en que pasamos a concedernos
un poco de tiempo de concentración diaria, descubrimos un
nivel superior de conciencia, que nos coloca en armonía con
el universo, con la familia y con nuestras actividades - incrementando
nuestra capacidad de amar, entusiasmarnos o actuar de manera mucho
más efectiva.
Comparando la meditación con
la gimnasia, LeShan comenta: "alguien venido de otra civilización
podría considerar loco a un ser humano al que viera subir
y bajar repetidamente una barra sujeta a varios kilos de plomo,
o pedalear en una bicicleta que no se mueve de sitio, o caminar
sobre una estera que circula bajo sus pies; no obstante, la finalidad
de estos ejercicios no es el plomo, la bicicleta o la estera, sino
los efectos que estas actividades provocarán en el organismo
de la persona que las ejecuta.
De la misma manera, sentarse inmóvil
en un rincón, contar las respiraciones o concentrarse en
algunos símbolos extraños, no es el objetivo de la
meditación, sino solamente el proceso "físico"
que despertará un nuevo estado de conciencia.
Yendo más allá en la
comparación con la gimnasia, LeShan afirma que el gran número
de fracasos en las escuelas de meditación se debe al hecho
de que los profesores, de cierta manera, intentan imponer un modelo
único a sus alumnos. Si respetasen el ejemplo de los profesores
de gimnasia, que saben que a cada uno corresponde una serie diferente
de ejercicios físicos, tendrían muchas más
posibilidades de alcanzar sus objetivos.
Un ser humano normal tiende a repetir
la misma conducta, y a esa repetición la llamamos "rutina".
Así, él pasa a funcionar como una máquina,
perdiendo poco a poco sus emociones y sentimientos; aun cuando sufra
mucho porque su vida es siempre igual, esta repetición diaria
de sus actividades le da la sensación (irreal) de que tiene
absoluto control de su universo. Cuando la rutina es amenazada por
un factor externo, el hombre entra en pánico, porque no sabe
si será capaz de enfrentar las nuevas condiciones.
O sea: vivimos queriendo que todo
cambie y al mismo tiempo luchamos para que todo continúe
como está.
Aun cuando las técnicas de
meditación hayan sido desarrolladas o promovidas por individuos
que se autodenominan "místicos", ellas no están
necesariamente vinculadas a la búsqueda de la espiritualidad,
sino al encuentro de la paz interior.
Citaré aquí un comentario
de Krishnamurti respecto a este arte milenario y hoy en día
muy necesario:
"La meditación no es
el control del cuerpo, ni la técnica de respiración.
Debemos estar en una postura correcta cuando comencemos a meditar
- pero las relaciones con el cuerpo terminan ahí.
No procuremos la concentración
forzada, que sólo nos causa ansiedad; cuando meditamos correctamente,
la verdadera concentración aparece. Ella no surge del hecho
de escoger tales pensamientos, o de librarnos de tales emociones.
Ella aparece porque nuestra alma no busca respuestas.
Cuando nos libramos de la necesidad
de orientar las cosas a nuestro modo, permitimos que el flujo divino
nos guíe hasta donde debemos llegar."
La percepción de la realidad
¿Será realmente importante
esta nueva percepción?
LeShan concuerda en que es un problema
realmente complejo. Por un lado podemos operar de forma muy eficiente
en este mundo, tal como lo conocemos; por otro, sabemos que un considerable
número de personas dignas de confianza, como Gandhi, Teresa
de Ávila o Buda procuraban percibir esa realidad de manera
distinta, y eso fue lo que les impulsó a dar pasos gigantescos,
a cambiar el destino de la humanidad.
Así como en la gimnasia un
buen profesor siempre tiene ejercicios diferentes para cada tipo
de alumno, tampoco existe una técnica única para meditar,
y cualquier persona que se interese por el tema debe descubrir su
propia manera de hacerlo. Sin embargo, existen algunos pasos elementales
presentes en casi todas las religiones y culturas que usan la meditación
como forma de encontrar la paz interior y que describiré
a continuación (siempre tomando como base el interesantísimo
libro de LeShan "El arte de meditar"):
Lo primero es tener conciencia de la propia respiración. Contar el número de veces que inspiramos y expiramos cada dos minutos nos ayuda a concentrar nuestra atención en algo que hacemos automáticamente y de esta manera nos aleja de lo cotidiano. A primera vista esto parece muy simple, pero no podemos dejarnos engañar por esta simplicidad: quien decida practicar este ejercicio se dará cuenta que requiere un esfuerzo considerable y una gran dosis de paciencia. No obstante, a medida que hacemos eso (y podemos practicar esa respiración consciente en cualquier lugar, sea antes de dormir sea en un transporte público yendo hacia el trabajo) vamos entrando en contacto con una parte desconocida de nosotros mismos, y nos sentimos mejor.
Elegir el lugar: la próxima etapa será tratar de dedicar diez o quince minutos diarios a sentarnos en un lugar tranquilo y repetir esta respiración consciente, procurando mantenernos inmóviles (a ejemplo de los monjes zen, como ya relatamos aquí). Los pensamientos surgirán, aun contra nuestra voluntad y en ese momento es bueno recordar la frase de Santa Teresa de Ávila referida a nuestra mente: "un caballo salvaje va a cualquier lugar excepto a donde deseamos llevarlo".
Silenciar sin violencia:
Finalmente, con el paso del tiempo - es bueno saber que esto requiere
un mínimo de dos o tres meses de ejercicio - la mente ya
se vacía de manera natural, trayendo una gran serenidad a
nuestro vivir
cotidiano. Por mayores que parezcan nuestros problemas, por más
agotadora que sea nuestra vida, estos quince minutos diarios introducirán
una gran diferencia y nos ayudarán a superar - generalmente
de manera inconsciente - las dificultades que enfrentamos.
Una conocida historia zen cuenta que
Lao Shi preguntó a su maestro Wang Tei:
-¿Qué debo hacer para
estar más cerca de Dios?
Wang Tei le pidió que lo acompañara
hasta lo alto de una montaña. Allí sacó una
vela del bolsillo y se la dio a su discípulo para que la
encendiese. Lao Shi lo intentó varias veces sin resultado.
- Aquí hay mucho viento, no
lo conseguiré.
- Pero a tres kilómetros de
aquí ya no hay viento
-¿De qué me serviría?
Tendría que caminar hasta allí para encender la vela
donde no haya viento.
- De la misma manera, para educar
la mente e iluminar la llama de Dios dentro de ti, es necesario
dirigirse hasta un lugar más calmo - respondió Wang
Tei.
Sea buscando a Dios, sea apenas buscándose
a sí mismo, el hombre que medita encuentra su lugar calmo
y consigue tener una visión más clara y objetiva del
mundo.