Edición nº 26
Los cuentos de los padres del desierto
| Reflexiones
de un explorador de Kanchenjunga
En los comienzos de la era cristiana el monasterio de Esceta llegó a ser el centro de convergencia de mucha gente que después de renunciar a lo que tenían iban a vivir al desierto que rodeaba el monasterio. Muchas de las enseñanzas de estos hombres fueron recogidas y publicadas en diversos libros.
El Camino del medio
El monje Lucas, acompañado
de un discípulo, atravesaba una aldea. Un viejo preguntó
al asceta;
- Santo hombre, ¿cómo
me aproximo a Dios?
- Diviertete. Alaba al creador con
tu alegría - fue la respuesta.
Los dos continuaron caminando. En
este momento se acercó un joven:
- ¿Qué hago para aproximarme
a Dios?
- No te diviertas tanto - dijo Lucas
Cuando el joven se hubo alejado, comentó
el discípulo:
- Parece que no sabe usted muy bien
si debemos divertirnos o no.
- La búsqueda espiritual es
un puente sin barandillas atravesando un abismo - respondió
Lucas. - Si alguien está muy cerca del lado derecho le digo
"ve hacia la izquierda". Si se acercan al lado izquierdo
, digo "hacia la derecha". Porque los extremos nos alejan
del Camino.
La ciudad del otro lado
Un ermitaño del monasterio
de Esceta se aproximó al Abad Teodoro.
- Sé exactamente cual es el
objetivo de la vida. Sé lo que Dios pide al hombre y conozco
la mejor manera de servirlo. Y a pesar de eso, soy incapaz de hacer
todo lo que debería estar haciendo para servir al Señor.
El abad Teodoro permaneció
un largo tiempo en silencio. Finalmente dijo:
- Tú sabes que existe una ciudad
al otro lado del océano. Pero aún no has encontrado
el barco, no has subido tu equipaje y no has atravesado el mar.
¿Por qué estar hablando de ella, o de como debemos
caminar por sus calles?
Saber el objetivo de la vida o conocer
la mejor manera de servir al Señor no basta. Pon en práctica
lo que estás pensando y el camino se mostrará por
sí mismo.
Compórtate como los demás
El Abad Pastor caminaba con un monje
de Esceta cuando fueron invitados a cenar. El dueño de la
casa, que se sentía honrado por la presencia de los padres,
mandó servir lo mejor que tenían .
No obstante, el monje estaba en período
de ayuno; cuando llegó la comida, tomó un guisante
y lo masticó lentamente. Y solo comió ese guisante
durante toda la cena.
Al salir, el abad Pastor lo llamó:
- Hermano, cuando vayas a visitar
a alguien, no conviertas tu santidad en una ofensa. La próxima
vez que estés en período de ayuno, no aceptes convites
para comer.
El monje entendió lo que el
abad Pastor decía. A partir de ese momento, siempre que estaba
con otras personas, se comportaba como ellas.
El trabajo en la labranza
El muchacho cruzó el desierto
y llegó finalmente al monasterio de Esceta, cerca de Alejandría.
Allí pidió para asistir a una de las conferencias
del abad, y le dieron permiso.
Aquella tarde el abad disertó
sobre la importancia del trabajo en la labranza.
Al terminar, el chico dijo a uno de
los monjes:
- Estoy muy impresionado. Pensé
que iba a encontrar un sermón iluminado sobre las virtudes
y los pecados, y el abad solo habló de tomates, irrigación
y cosas así. Allí de donde yo vengo todos creen que
Dios es misericordia y que basta rezar.
El monje sonrió y respondió:
- Aquí nosotros creemos que
Dios ya hizo su parte, y ahora nos corresponde a nosotros continuar
el proceso.
Juzgando a mi próximo
Uno de los monjes de Esceta cometió
una falta grave y llamaron al ermitaño más sabio para
que pudiera juzgarla.
El ermitaño rehusó,
pero insistieron tanto que terminó yendo. Llegó allí
, cargando en la espalda un balde agujereado, de donde se escurría
arena.
- Vine a juzgar a mi prójimo
- dijo el ermitaño al superior del convento. Mis pecados
se están escurriendo detrás mío como la arena
se escurre de este balde. Pero como no miro hacia atrás y
no me doy cuenta de mis propios pecados, fui llamado para juzgar
a mi prójimo!
Al escucharlo, los monjes desistieron
de aplicar el castigo.
La manera de agradar al Señor
Cierto novicio fue en busca del abad
Macario y le pidió consejo sobre la mejor manera de agradar
al Señor.
- Ve hasta el cementerio e insulta
a los muertos - le dijo Macario
El hermano hizo lo que le ordenaban,
y al día siguiente volvió a Macario.
- ¿Te respondieron? Preguntó
el abad
El novicio dijo que no.
- Entonces vuelve allá y elógialos.
El novicio obedeció. Aquella
misma tarde volvió al abad, que de nuevo quiso saber si los
muertos habían respondido.
- No - dijo el novicio.
- Para agradar al Señor, actúa
de la misma manera - comentó Macario. - No cuentes ni con
el desprecio de los hombres ni con sus halagos. De esta manera podrás
construir tu propio camino.