Edición nº 227

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Los gitanos y la Diosa Madre

Los gitanos y la Diosa Madre

Una vez al año, gitanos de diversas partes del mundo se encaminan a Saintes-Maries-de-la-Mer, al sur de Francia, para homenajear a Santa Sarah. Según la tradición, Sarah era una gitana que vivía en una pequeña ciudad costera cuando la tía de Jesús, María Salomé, llegó hasta allí con otros refugiados huyendo de las persecuciones romanas. Sarah los ayudó a todos, y terminó convirtiéndose al cristianismo.

En la fiesta que pude presenciar, algunas piezas del esqueleto de dos mujeres que están enterradas bajo el altar son extraídas de un relicario y alzadas para bendecir a la multitud, con sus ropas multicolores, sus músicas y sus instrumentos. A continuación, la imagen de Sarah, vestida con bellísimos mantos, es retirada de un local próximo a la iglesia (ya que el Vaticano nunca llegó a canonizarla) y conducida en procesión hasta el mar a través de callejuelas cubiertas de rosas. Cuatro gitanos, vestidos con ropas tradicionales, colocan las reliquias en un barco lleno de flores, entran en el agua y dramatizan la llegada de las fugitivas y el encuentro con Sarah. Después de esto, todo es música, fiesta, cantos, y demostraciones de valor delante de un toro.

Es fácil identificar a Sarah como una más de las muchas vírgenes negras que pueden encontrarse a lo largo y ancho del mundo. Sara-la-Kali, según la tradición, pertenecía a un noble linaje y conocía los secretos del mundo. Sería, a mi entender, una más de las muchas manifestaciones de lo que se conoce como la Gran Madre, la Diosa de la Creación.

El festival de Saintes-Maries-de-la-Mer atrae cada año que pasa a más personas que nada tienen que ver con la comunidad gitana. ¿Por qué? Porque el Dios Padre suele asociarse al rigor y a la disciplina del culto. La Diosa Madre, por su parte, antepone el amor a cualquier prohibición o tabú.

Este fenómeno no es novedoso: siempre que la religión endurece sus normas, un grupo significativo de personas tiende a buscar una mayor libertad en el contacto espiritual. Ocurrió eso mismo durante la Edad Media, cuando la Iglesia Católica se limitaba a crear impuestos y a construir conventos repletos de lujos. Como reacción, surgió un fenómeno conocido como “brujería”, que, a pesar de ser reprimido debido a su carácter revolucionario, logró enraizar y dejar tradiciones que han conseguido sobrevivir a lo largo de todos estos siglos.

En las tradiciones paganas, el culto a la naturaleza es más importante que la reverencia a los libros sagrados; la Diosa está en todo, y todo forma parte integrante de la Diosa. El mundo es apenas una expresión de su bondad. Existen muchos sistemas filosóficos – como el taoísmo o el budismo – que eliminan la idea de distinción entre creador y criatura. Las personas ya no intentan descifrar el misterio de la vida, sino que procuran transformarse en parte de este misterio.

En el culto de la Gran Madre, lo que denominamos “pecado” (por lo general, una transgresión de códigos morales arbitrarios) es algo bastante más flexible. Las costumbres son más libres porque pertenecen a la naturaleza, y no pueden ser entendidas como frutos del mal. Si Dios es madre, entonces todo lo que hace falta es reunirse para adorarla a través de ritos que buscan satisfacer su alma femenina – con la danza, el fuego, el agua, el aire, la tierra, los cantos, la música, las flores, la belleza.

La tendencia ha crecido de manera gigantesca en los últimos años. Nos encontramos tal vez frente a un momento muy importante de la historia del mundo, cuando finalmente el Espíritu se integra con la Materia, los dos se unifican, y se transforman.

 
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