Edición nº 218

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Leyendas del desierto

Leyendas del desierto

Conoc� a Yasser Hareb durante un encuentro en Par�s. Conversamos mucho sobre el �ltimo puente que permanece intacto en un mundo cada vez m�s dividido: la cultura. A pesar de todo lo que estamos presenciando, a�n existen valores comunes, y eso puede ayudarnos a comprender a nuestro pr�jimo. Le ped� a Yasser que escribiese algunas historias de su tierra, que transcribo (resumidas) a continuaci�n:

�Por qu� lloras?

Un hombre llam� a la puerta del amigo para pedirle un favor:

-Necesito que me prestes cuatro mil dinares para pagar una deuda que tengo. �Podr�as hacerlo?

El amigo le pidi� a su mujer que reuniese todo lo que ten�an, pero ni siquiera con esto fue suficiente. Hubo que salir a la calle, y pedirles dinero a los vecinos, hasta alcanzar la cantidad requerida.

Cuando el hombre se march�, la mujer se dio cuenta de que su marido estaba llorando.

-�Por qu� est�s triste? �Porque tienes miedo de que, ahora que nos hemos endeudado, no consigamos pagar lo que debemos?

No, no es por eso. Lloro porque el que nos acaba de visitar es un amigo al que quiero mucho, y a pesar de eso yo no sab�a nada de su situaci�n. S�lo me acord� de �l cuando se vio obligado a llamar a mi puerta para pedirme dinero prestado.

El c�digo del hospedaje

Dos hombres estaban cruzando el desierto, cuando avistaron la tienda de un beduino, y se aproximaron para pedir abrigo. Aunque eran unos desconocidos, fueron recibidos seg�n manda el c�digo de conducta de los n�madas: se sacrific� un camello, y se sirvi� su carne en una espl�ndida cena.

Al d�a siguiente, puesto que los hu�spedes continuaban all�, el beduino orden� que se sacrificase otro camello. Los dos hombres, asombrados, dijeron que a�n sobraba much�sima carne del d�a anterior.

-Ser�a vergonzoso ofrecer comida vieja a mis hu�spedes- se limit� a responder.

Al tercer d�a, los dos extranjeros despertaron temprano y decidieron continuar su viaje. Como el beduino no estaba en casa, le dieron cien dinares a su mujer, sin dejar de pedir disculpas por no poder esperar, puesto que si se entretuviesen mucho all�, el sol terminar�a quemando demasiado.

Ya llevaban caminando unas cuatro horas, cuando escucharon una voz que los llamaba a sus espaldas. Se dieron la vuelta, y vieron que el era el beduino que los ven�a siguiendo, y en cuanto los alcanz�, arroj� el dinero en el suelo frente a ellos.

-�Con lo bien que yo os recib�! �Es que no ten�is verg�enza?

Los extranjeros, sorprendidos, dijeron que sin duda los camellos deb�an valer mucho m�s que eso, pero que no ten�an mucho dinero.

-No me refiero a la cantidad- respondi�-. El desierto acoge a los beduinos all� donde vayan, y nunca nos pide nada a cambio. Si tuvi�ramos que pagar por ello, �c�mo podr�amos vivir? Recibiros en mi tienda es devolver apenas una peque�a parte de lo que la vida nos ha regalado.

Generoso a la hora de la muerte

Un hombre viajaba de una ciudad a otra, cuando supo que se hab�a trabado una sangrienta batalla, y que su primo se encontraba entre los soldados heridos. Se apresur� en llegar hasta el lugar para descubrir que su familiar estaba a punto de morir. Ech� mano de su cantimplora y le ofreci� un poco de agua, pero en ese instante otro herido gimi�, y el primo le pidi� que le diese de beber al soldado que estaba a su lado.

-�Pero si voy hasta �l, es posible que t� no sobrevivas! �T� ya has sido suficientemente generoso durante toda tu vida!

Reuniendo sus �ltimas fuerzas, el herido respondi�:

-Raz�n de m�s para seguir siendo generoso hasta el momento de mi muerte.

 

 
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