Edición nº 217

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Comprendiendo al enemigo

Comprendiendo al enemigo

El enemigo externo

El lector Murali, de la India, cuenta la historia de una niña que resolvió subir a lo alto de una montaña para visitar a su abuela. Llovía a cántaros, soplaba un viento helador, y los truenos retumbaban constantemente.

Cuando estaba a punto de llegar a su destino, sintió que algo le rozaba los pies. Miró hacia abajo, y vio que era una serpiente.

- Me estoy muriendo – le dijo la serpiente -. Hace mucho frío y no hay nada que comer en esta montaña. Por favor, ¡protégeme! Ponme bajo tu abrigo, salva mi vida, y me convertiré en tu mejor amiga.

A pesar de la tempestad, la niña se detuvo y comenzó a reflexionar. Observó la piel dorada y verde de la serpiente, y se dijo a sí misma que nunca había visto nada tan hermoso. Pensó en la envidia que les entraría a sus amigos de clase al aparecer con una serpiente que la defendería de toda amenaza. Finalmente, dijo:

-Está bien. Voy a salvarte, porque todos los seres vivos merecen cariño.

La serpiente se hizo así amiga de la niña, asustando en el colegio a las personas agresivas, y haciéndole compañía en los días solitarios. Hasta que cierta noche, mientras la niña estaba haciendo los deberes de casa, sintió un dolor agudo en el pie derecho. Al mirar hacia abajo, descubrió a la serpiente, que la había mordido.

-¡Eres venenosa! – gritó - ¡Voy a morir en seguida!

La serpiente nada dijo.

¿Por qué me has hecho esto? ¡Yo te salvé la vida!

- Ese día, cuando te agachaste para salvarme, sabías que yo era una serpiente, ¿o no?

Y, lentamente, se alejó arrastrándose.


El enemigo interno

Nasrudin vio a un hombre sentado a la orilla de un camino, con aire de absoluta desolación.

-¿Qué es lo que le preocupa? – quiso saber.

- Amigo mío, no encuentro nada interesante en esta vida. Tengo suficiente dinero como para no tener que trabajar, y estaba viajando para ver si encontraba alguna cosa curiosa en este mundo. Sin embargo, todas las personas que me he ido encontrando no me han enseñado nada nuevo, logrando que mi apatía se hiciera incluso más aguda.

»En fin: puedo decir sin ningún miedo que, a pesar de todo lo que he hecho, no he conseguido encontrar la paz que buscaba.

En ese mismo instante, Nasrudin agarró la maleta del hombre y salió corriendo por el camino. Como conocía la región, rápidamente consiguió distanciarse cortando por algunos atajos a través de los campos y las colinas.

Cuando se alejó lo suficiente, dejó otra vez la maleta en mitad del camino por donde el viajero acabaría pasando, y se escondió detrás de una roca. Media hora después apareció el hombre, que se sentía más miserable que nunca por haberse cruzado con aquel ladrón.

Nada más divisar la maleta, corrió hasta ella y la abrió, sin aliento. Al comprobar que su contenido estaba intacto, miró al cielo lleno de alegría, y le dio gracias al Señor por estar vivo.

“Algunas personas sólo entienden el sabor de la felicidad cuando consiguen perderla”, pensó Nasrudin, espiando la escena.

 

 
Edición nº 217
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