Edición nº 190
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Y la caza de brujas continúa...
Hace un año y medio, transcribí aquí, en esta columna, una noticia de la CNN: el 31 de octubre de 2004, aprovechándose de una ley feudal que fue abolida al mes siguiente, la ciudad de Prestopans, en Escocia, concedió el perdón oficial a 81 personas –y a sus gatos- ejecutadas por práctica de brujería entre los siglos XVI y XVII.
Según la portavoz oficial de los barones de Prestoungrange y Dolphinstoun, “la mayoría había sido condenada sin ninguna evidencia concreta, basándose apenas en declaraciones de testigos que decían sentir la presencia de espíritus malignos”.
Lo más curioso de esta noticia es que la ciudad y el 14º Barón de Prestoungrange y Dolphinstoun están “concediendo el perdón” a personas que ya fueron cruelmente ejecutadas. Estamos en pleno siglo XXI y los que mataron a inocentes aún se creen con el derecho de “perdonar”.
Para mi sorpresa, el asunto no terminó ahí.
Al menos según la respetada agencia Reuters, aún hay brujas esperando el perdón del sistema. En una noticia publicada recientemente, la nieta de una de ellas acaba de lanzar una campaña por la “redención póstuma” de Helen Duncan, una señora acusada por los ingleses durante la Segunda Guerra Mundial. El crimen de Duncan fue haber respondido durante una sesión de espiritismo a la pregunta de una madre desesperada, que quería saber del paradero de su hijo, miembro de la tripulación del navío HMS Barbham. La médium afirmó que tal barco acababa de naufragar, y que no había sobrevivido nadie..
Era verdad, pero el hecho se estaba manteniendo en secreto para no afectar a la moral de los soldados. La noticia se difundió de inmediato, y llegó hasta el gobierno. Apoyado en una ley de 1735, Winston Churchill ordenó encarcelarla hasta el final de la guerra.
Helen Duncan murió en 1956, sin haber sido nunca perdonada. Su nieta, Mary Martin (hoy con 72 años), llegó a conseguir una audiencia con el Ministro del Interior del gobierno de Tony Blair, sin ningún resultado.
En el momento en el que escribo estas líneas, el Barón de Prestoungrange, el mismo que logró el perdón oficial de la ciudad de Prestopans, está involucrado directamente en el asunto, y ha creado incluso una página en Internet (www.prestoungrange.org/helenduncan) para recabar apoyo internacional.
Dice el Barón:
“Los trescientos soldados ejecutados por deserción durante la Primera Guerra Mundial ya fueron perdonados. Los casos de las ejecuciones de un grupo de veinte jóvenes inocentes en Salem, Massachusetts, ya se trataron con el debido respeto. Nosotros ya nos disculpamos por haber traficado con esclavos y por haber adoptado la piratería como un medio noble de enriquecer al Reino Unido. ¿Qué es lo que aún se necesita para perdonar a Helen Duncan?”
Es simple: en un primer momento, Duncan fue acusada de espionaje. Una gigantesca investigación llevaba a cabo por el gobierno concluyó que era imposible que una mujer como ella hubiera tenido acceso a secretos oficiales y a informaciones altamente confidenciales. ¿Cómo habría podido, por tanto, saber lo que le había ocurrido a la fragata HMS Barbham?
Sólo restaba una explicación: la brujería. ¿Y para qué sirven las antiguas leyes, aunque ya hayan sido olvidadas por una civilización que se considera iluminada y distante de las supersticiones de otros tiempos?
Para ser aplicadas.
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