Edición nº 18
Reflexiones sobre el 11 de septiembre 2001
Solo ahora, transcurridos varios
meses desde lo ocurrido, me decido a escribir sobre el asunto. Evité
tocar el tema inmediatamente, de modo que cada cual pudiera reflexionar
a su manera sobre las consecuencias de los atentados.
El día en cuestión yo
me encontraba en Munich, a punto de ir a la librería donde
me esperaba una tarde de autógrafos, cuando la representante
de mi editorial golpeó la puerta de mi cuarto:
- ¡Encienda el televisor! ¡Urgente!
En todos los canales la escena era
la misma: una torre del World Trade Center ya en llamas, el otro
avión aproximándose, nuevo incendio y el colapso de
los dos edificios. La calamidad del día 11 de septiembre
del 2001, un día del cual nadie olvidará donde, como
y con quien estaba cuando el ataque terrorista sucedió.
Es siempre muy difícil aceptar
que una tragedia pueda, de alguna manera, traer resultados positivos.
Cuando vimos, horrorizados, lo que más parecía ser
un film de ficción científica - las torres derrumbándose
y arrastrando en su caída a miles de personas - tuvimos dos
sensaciones inmediatas: la primera, un sentimiento de impotencia
y terror ante lo que estaba pasando. La segunda sensación:
el mundo nunca más sería el mismo.
Fue con estos sentimientos en el alma
que apagué el televisor y me dirigí hasta la librería
donde - supuestamente - debía de tener lugar la tarde de
autógrafos. Estaba seguro de que no aparecería nadie,
ya que las próximas horas se pasarían buscando razones,
noticias, detalles. Crucé las calles desiertas de Munich;
aunque eran las cuatro de la tarde, la gente se había aglomerado
en los bares que tenían encendidas radios y televisores.
procurando convencerse a sí mismos de que todo aquello era
una especie de sueño del cual se despertarían más
pronto o más tarde, comentando con sus amigos que a veces
la raza humana está sujeta a pesadillas que acostumbran a
ser muy parecidas.
Al llegar allí encontré,
para mi sorpresa, que centenares de lectores me esperaban. No conversaban,
no decían nada, era un silencio que venía desde el
fondo del alma, vacío de significados. Poco a poco entendía
qué hacían allí: en momentoscomo este es bueno
estar junto a otros, porque no se sabe qué puede suceder
a partir de ahora. Poco a poco, todos nos dábamos cuenta
de que aquello no era una pesadilla, sino algo real y palpable que,
a partir de ahora, formaría parte de la historia de nuestra
civilización.
Es sobre eso que me gustaría
escribir, al final de este año tan perturbado. El mundo no
volverá a ser el mismo, es verdad, pero pasados ya casi cinco
meses de aquella tarde , ¿ quedará aún la sensación
de que todas aquellas personas murieron en vano? ¿ O es que
alguna cosa, además de muerte, polvo y acero retorcido, puede
encontrarse bajo los escombros del World Trade Center?
Creo que todo ser humano, en algún
momento, termina por ver una tragedia cruzando por su vida: podría
ser la destrucción de una ciudad, la muerte de un hijo, una
acusación sin pruebas, una enfermedad que aparece sin aviso
y trae invalidez permanente.... La vida es un riesgo constante,
y quien se olvida de eso jamás estará preparado para
los desafíos del destino. Cuando estamos ante el inevitable
dolor que cruza nuestro camino, entonces estamos obligados a buscar
un sentido para lo que está sucediendo.
Por mejores que seamos, por más
correctamente que procuremos vivir nuestras vidas, las tragedias
ocurren. Podemos culpar a otros, procurar justificaciones, imaginar
cuan diferentes hubieran sido nuestras vidas sin ellas. Pero nada
de esto tiene imporancia: han ocurrido y vasta. A partir de allí,
lo que se hace necesario es rever nuestra propia vida, superar el
miedo y comenzar el proceso de reconstrucción.
Lo primero que debemos hacer, cuando
estamos ante el sufrimiento y la inseguridad, es aceptarlos como
tales. No podemos tratarlos como algo que no nos concierne, ni transformarlos
en un castigo que satisfaga nuestro eterno sentimiento de culpa.
En los escombros del World Trade Center se encontraban personas
como nosotros, que se sentían seguras o infelices, realizadas
o luchando para crecer, con familia que las esperaba en casa o desesperadas
por la soledad de la gran ciudad. Eran americanos, ingleses, alemanes,
brasileños, japoneses, gentes de todos los rincones del mundo
unidas por el destino común - y misterioso - de encontrarse
a las 9 de la mañana en un mismo lugar, que era bonito para
algunos y opresivo para otros. Cuando las dos torres se desplomaron,
no fueron solamente esas personas las que murieron: todos nosotros
morimos un poco y el mundo entero se empequeñeció.
Hace algunos años, en el Japón,
un grupo de estudiantes del budismo Zen estaba en una casa de campo,
cuando llegó el casero contando una tragedia que acababa
de suceder en las cercanías: se había incendiado una
casa, dejando a una madre y a una hija sin techo. Inmediatamente
una de las estudiantes inició una colecta para ayudar a la
familia a reconstruir su casa.
Entre los presentes se encontraba
un escritor pobre, y la chica decidió no pedirle nada. "¡Un
momento!" dijo el escritor, cuando ella pasaba de largo "yo
también quiero dar algo".
Durante el minuto siguiente, escribió
en un papel lo que había pasado y lo colocó dentro
del pote que estaba siendo usado para recaudar el dinero: "Quiero
dar a todos esta tragedia. Que ella sea siempre recordada cuando
pensamos en los pequeños incidentes de nuestras vidas".
En el caso de los atentados del día
11 de septiembre, creo que recibimos otras cosas además de
este sentimiento - aceptar que, por mala que sea, nuestra vida es
mucho mejor que la de la mayoría de los seres humanos. Por
más difícil que sea aceptar lo que sucedió,
es preciso entender que momentos como ese nos ofrecen la posibilidad
de un cambio radical en nuestro comportamiento.
Cuando estamos ante una gran pérdida,
sea ella material, espiritual o psicológica, no sirve de
nada intentar recuperar lo que ya se fue. Por otro lado, un gran
espacio queda abierto en nuestras vidas y está allí,
vacío, esperando ser llenado con algo nuevo. En el momento
de la pérdida, por más contradictorio que parezca,
estamos ganando una gran porción de libertad. En vez de llenar
ese espacio vacío con dolor y amargura, existen otras maneras
de encarar el mundo,
En primer lugar, tenemos que recordar
la gran lección de los sabios: la paciencia, la certeza de
que todo es provisorio en esta vida. Partiendo de ahí entonces
vamos a rever nuestros valores: si durante muchos años el
mundo no volverá a ser un lugar seguro, por qué no
usar ese súbito cambio y arriesgar nustros días en
las cosas que siempre deseamos hacer, pero que no teníamos
el valor, ya que creíamos que era necesario seguir "un
ritmo normal de vida", puesto que todo estaba bajo control?
¿Cuantas personas , en aquella mañana del 11 de septiembre,
estaban en el World Trade Center contra la propia voluntad, intentando
seguir un camino que no era el de ellas, haciendo un trabajo que
no les gustaba, solo porque allí era un lugar seguro, y podría
garantizar el dinero suficiente para la jubilación yla vejez?
Este fue el gran cambio del mundo,
y los que quedaron enterrados bajo los escombros de los dos edificios
no murieron en vano. Ellos ahora nos hacen pensar sobre nuestras
propias vidas, nuestros valores, y nos empujan hacia adelante, en
dirección al destino que soñamos para nosotros mismos,
aun cuando nunca tuviésemos el valor de enfrentarlo. Cuando
las torres se desplomaron, se llevaron consigo sueños y esperanzas,
pero también abrieron nuestro propio horizonte e hicieron
que cada uno de nosotros reflexionara sobre el sentido de su vida.
Entonces, ha llegado el momento de
reconstruir no solamente las Torres, sino también a nosotros
mismos; y es justamente ahí que nuestra actitud ante lo que
nos espera establecerá toda la diferencia.. Cuenta una vieja
historia que después de los bombardeos en Dresden un hombre
pasó por un terreno lleno de escombros y vió a tres
obreros trabajando.
- ¿Qué es lo que están
haciendo? - preguntó.
El primer obrero se giró:
- ¿Qué no lo ve? ¡Estoy
removiendo estas piedras!
Insatisfecho con la respuesta, él
se dirigió al segundo trabajador.
- ¿Que no lo ve? ¡ Estoy
ganando mi salario! Fue la respuesta.
El transeunte continuaba sin saber
lo que pàsaba en ese terreno, y resolvió insistir
por última vez. Se dirigió al tercer hombre y nuevamente
repitió su pregunta
- ¿Es que no lo ve? - dijo
el tercero - Estoy reconstruyendo una catedral.
Aun cuando las tres personas estuvieran
hciendo lo mismo, solo una tenía la verdadera dimensión
del sentido de su vida y de su obra. Esperemos que en el mundo que
vendrá después del día 11 de septiembre del
2001, cada uno de nosotros sea capaz de levantarse de sus propios
escombros emocionales y reconstruir la catedral que siempre soñamos,
pero que jamás nos atrevimos a crear.