Edición nº 160

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Estoy lanzando un nuevo proyecto: una película experimental, hecha por mis lectores, basada en mi nuevo libro "La Bruja de Portobello". Todos están invitados a participar. Caso les interese hablen de esto también con vuestros amigos y visiten la pagina "The Experimental Witch".



A orillas del r�o Adour



A orillas del r�o Adour

-Si me quito las gafas, aún consigo ver el camino. No puedo ver los detalles, pero sí que veo el camino- dice mi mujer, que tiene seis dioptrías y media, mientras caminamos por un campo de maíz, durante estas vacaciones europeas.

Es lo mismo que me ocurre a mí: aunque no soy miope, a veces no consigo distinguir los detalles, pero siempre procuro mantener la mirada fija en la dirección que tomé.

Llegamos a un río en mitad de ninguna parte, cerca del pueblecillo conocido como Arcizac-Adour. Y de repente, recuerdo que hice una promesa que aún no he cumplido. Éste era justamente el río en el que estábamos los dos sentados, hace tres años, cuando vimos a una hermosa mujer, con botas de goma hasta las rodillas, caminando por el lecho con un saco sobre los hombros. Al vernos, se nos acercó:

-Conozco a Jaqueline [una amiga nuestra]. Le pedí que nos presentara, y ella me respondió: lo encontrarás cuando menos te lo esperes. Me llamo Isabelle Labaune.

Nos explicó que en esos momentos estaba limpiando el río de eventuales desperdicios (botellas de plástico y latas de cerveza arrastradas por la corriente), pero que su gran pasión eran los caballos. Esa misma tarde fuimos a visitar su finca.

Isabelle tenía unos doce animales, y se encargaba de todo completamente sola: alimentarlos, mantener limpio el lugar, arreglar los establos, reparar las tejas y, en fin, un sin fin de tareas que dejarían a cualquiera boquiabierto ante semejante capacidad de trabajo.

-Creé una asociación para personas con problemas mentales de nacimiento. Estoy absolutamente convencida de que la equitación les permite sentirse queridas e integradas en la sociedad.

Siempre que venía a pasar mis vacaciones a esta zona, me encontraba con Isabelle. Llegaban algunos microbuses con jóvenes con síndrome de Down, que subían a los magníficos caballos, y pasaeaban por los ríos, los bosques y los parques. Nunca se dio el menor accidente. Los padres se quedaban con lágrimas en los ojos, e Isabelle con una sonrisa en los labios. La llenaba de orgullo lo que hacía: despertaba a las cinco de la mañana, trabajaba el día entero, y se iba a dormir pronto, exhausta.

Era una mujer joven y muy atractiva. Pero no tenía pareja:

-Todos los hombres que aparecen en mi vida quieren que sea ama de casa. Pero yo tengo un sueño. Sufro por estar sola, pero sufriría más si desistiese del sentido de mi vida.

Todo cambió a principios de 2006. Una tarde, cuando fui a visitarla, me dijo que estaba enamorada. Y que su novio aceptaba su ritmo de vida y estaba dispuesto a ayudarla en lo que hiciera falta.

Unos días después viajé a Brasil. Creo que fue en octubre cuando recibí un mensaje suyo en el contestador automático. Decía que le gustaría verme, pero yo estaba muy lejos y no le di mucha importancia, porque nada puede ser muy urgente en los pequeños pueblos, pensaba.

Cuando regresé a los Pirineos, ya en diciembre, quedé para comer con Jaqueline. Fue entonces cuando supe que Isabelle había muerto de un cáncer fulminante.

Aquella noche, encendí una hoguera en mi jardín. Me quedé solo, observando las llamas, pensando en una mujer que sólo había hecho el bien en su vida, y que Dios se había llevado tan pronto. No lloré, pero sentí un profundo amor en el aire, como si ella estuviese presente en todo lo que me rodeaba. Al día siguiente, recibí la llamada de su novio, que me pidió que escribiese algo sobre ella: había partido, y nunca nadie había sabido nada de su trabajo.

Le prometí que lo haría. Pero sólo hoy, cuando hemos llegado al mismo río, y nos hemos sentado en el mismo lugar, he recordado el compromiso que asumí, y que ahora, por fin, estoy cumpliendo. De las muchas personas que he conocido en mi vida, una de las más próximas a la santidad es Isabelle Labaune.

 
Edición nº 160
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