Edición nº 15

Castañeda y el ánimo del guerrero  |  Tres historias del misticismo iraní

Tres historias del misticismo iraní

El turbante de Nasrudin
     Nasrudin apareció en la corte con un magnífico turbante, pidiendo dinero para caridad.
     - Has venido a pedirme dinero y, sin embargo, estás usando un adorno muy caro en tu cabeza. ¿Cuánto te costó esta pieza extraordinaria? - preguntó el soberano.
     - Quinientas monedas de oro - respondió el sabio sufí.
     El ministro susurró: "Es mentira. Ningún turbante cuesta esta fortuna".
     Nasrudin insistió:
     - No vine aquí solo para pedir, vine también para hacer negocio.
     Pagué tanto dinero por el turbante porque sabía que solo un soberano en el mundo entero sería capaz de comprarlo por seiscientas monedas, para que yo pudiese dar esa ganancia a los pobres.
     El sultán, lisonjeado, pagó lo que Nasrudin le pedía. Al salir, el sabio comentó al ministro:
     - Tú puedes conocer muy bien el valor de un turbante, pero soy yo quien conoce hasta donde la vanidad puede llevar a un hombre.

Igual al casamiento
     Nasrudin pasó el otoño entero sembrando y preparando su jardín. Las flores se abrieron en primavera, y Nasrudin reparó en algunos dientes de león, que él no había plantado.
     Nasrudin los arrancó, pero el polen ya se había esparcido, y otros volvieron a crecer. Trató entonces de encontrar un veneno que afectara solamente a los dientes de león. Un técnico le dijo que cualquier veneno terminaría matando a las otras flores. Desesperado, pidió ayuda a un jardinero,
     - Es igual que el casamiento - comentó el jardinero. Junto con las cosas buenas, terminan siempre viniendo algunos pocos inconvenientes.
     - ¿Qué hago? - insistió Nasrudin.
     - Nada. Aunque sean flores que tú no pensabas tener, ya forman parte de tu jardín.

Aceptando la compasión
     -¿Cómo purificamos al mundo? - preguntó un discípulo.
     Ibn al-Husayn respondió:
     - "Había un sheik en Damasco llamado Abu Musa al-Qumasi. Todos lo honraban por causa de su sabiduría, pero nadie sabía si era un hombre bueno.
     Cierta tarde, un defecto de construcción hizo que se derrumbase la casa donde el sheik vivía con su mujer. Los vecinos, desesperados, empezaron a cavar las ruinas, hasta que en cierto momento consiguieron localizar a la esposa del sheik.
     Ella dijo: "Dejadme. Salvad primero a mi marido, que estaba sentado más o menos allí".
     Los vecinos removieron los destrozos en el lugar indicado, y encontraron al sheik. Este dijo "Dejadme. Salvad primero a mi mujer, que estaba acostada más o menos allí".
     Cuando alguien actúa como actuó esta pareja, está purificando el mundo entero".

 
Edición nº15