Edición nº 126

El ciego y el Everest

El ciego y el Everest

     Parece que poco a poco la gente se va acostumbrando a las mismas metáforas de la vida. Hace algún tiempo, escribía en esta columna el “manual para subir montañas”, y de repente me encuentro con un lector en Hamburgo que decide compartir conmigo su experiencia respecto a las escaladas de la vida. Descubrió en qué hotel estoy alojado, tiene una serie de críticas sobre mi página de internet. Hace comentarios duros, y después pregunta:
      -¿Puede hacerse una foto con mi novia?
     Claro que puedo. Coge el teléfono móvil, aprieta un botón, no dice nada, y un minuto después aparece su novia.
      Nos hacemos la foto, pero la pregunta que sigue es más intrigante:
      -¿Puede un ciego escalar el monte Everest?
      -Creo que no –respondo.
      -¿Por qué no responde: tal vez?
      Ya estoy casi convencido de que tengo delante a un “optimista compulsivo.” Una cosa es que el universo entero conspire para que se cumplan nuestros sueños, otra cosa es colocarse frente a desafíos absolutamente innecesarios, que pueden acabar en accidentes fatales o en fracasos previsibles.
      Explico que tengo que salir por un compromiso, pero el lector no se rinde.
      -Los ciegos pueden escalar el Everest, la montaña más alta del mundo ( 8.848 metros). No sólo pueden, sino que sé que por lo menos uno de ellos lo ha hecho. Su nombre es Erik Weihenmayer. ¿Su compromiso puede esperar?
      Si ha citado un nombre, puede que exista una historia interesante. Mi compromiso puede esperar, por supuesto.
      -En 2001, Weihenmayer lo consiguió. Y mientras tanto, la gente se queja por no tener un coche mejor, ropa más elegante, o un sueldo a la altura de sus necesidades.
      -¿Está usted seguro de que lo consiguió?
      -Busque en internet. Pero lo que me fascina es que Weihenmayer sabía exactamente lo que quería: transformó su vida en aquello que él pensaba que debía ser. Tuvo el valor de arriesgarlo todo para conseguir que el universo conspirase a su favor.
      Estoy de acuerdo. El lector continúa, como si mi actitud ya no le interesase más:
      -Si una persona sabe lo que quiere de la vida, reúne todas las condiciones para hacer que se cumpla su sueño. ¿No fue usted mismo quien lo dijo?
      Claro. Pero existen límites, como ciegos escalando la montaña más alta del planeta.
      -Y si las personas no tienen sueños, ¿qué tienen que hacer?
      -Pensar en algo que les gustaría estar realizando, y dar el primer paso –respondo-. Sin miedo a errar. Sin miedo a herir a los que se “preocupan” por su comportamiento.
      -¡Eso! –dice el lector, identificando claramente por primera vez mis ideas-. En seguida nos damos cuenta de que para lograr lo que queremos es preciso correr riesgos. ¿No es eso lo que dice usted en sus libros?
      No sólo lo digo, sino que también procuro hacer honor a esas palabras. Pero nuestra conversación es interrumpida, ha llegado la hora de atender al compromiso que me trajo a Hamburgo. Agradezco su atención, le pido que me envíe sugerencias sobre mi página web, nos hacemos una foto más, y nos despedimos.
      A las tres de la mañana, regresando del evento, meto la mano en el bolso para sacar la llave de la habitación, y descubro el papel en el que había anotado el nombre. Pese a que dentro de unas horas tengo que viajar a El Cairo, enciendo el ordenador, y allí está:
     “El 25 de mayo de 2001, a los 32 años de edad, Erik Weihenmayer se convirtió en el primer invidente que alcanzó la cima de la montaña más alta del mundo. Este ex-monitor de gimnasio recibió el premio que otorgan ESPN e IDEA por su valor al ir más allá de los límites que su condición física permitía. Además del Everest, Erik Weihenmayer ha escalado las otras siete montañas más altas del planeta, entre ellas el Aconcagua (Argentina) y el Kilimanjaro (Tanzania)”.
      Si no lo creen, compruébenlo.

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