Edición nº 123

Pequeñas historias sobre grandes verdades

Pequeñas historias sobre grandes verdades

En la taberna
     El rabino Wolf entró por casualidad en un bar. Algunas personas bebían, otras jugaban a cartas, y el ambiente parecía cargado. El rabino salió sin decir nada.
      Un joven fue tras él: “sé que no le ha gustado lo que ha visto,” dijo. “Allí viven los pecadores.”
     “Me ha gustado lo que he visto,”, respondió Wolf. “Son hombres que están aprendiendo a perderlo todo. Cuando hayan vivido la experiencia de la pérdida, sólo les quedará volverse hacia Dios. Y, a partir de ese momento, ¡qué excelentes siervos serán!”

Diez por ciento
     “Es muy sencillo llegar a ser como yo,” dijo el hombre más rico de Babilonia. “Basta con entender que una décima parte de lo que ganas es tuyo.”
     “Eso no tiene sentido,” respondió el muchacho. Es mío todo lo que gano.”
     “¿Acaso tú no pagas al sastre? ¿No pagas todos los días al panadero? ¿Puedes vivir siquiera un día sin gastar? Estás pagando a todo el mundo, menos a ti mismo. A partir de ahora, págate a ti mismo una décima parte de tu salario. No olvides que los caminos de la riqueza son mágicos y extraños; si cuidas bien de esa décima parte, un día tus esfuerzos serán recompensados.”

Allende el puerto
     Un eremita del monasterio de Sceta se acercó al abad Teodoro:
     “Sé cuál es el objetivo de la vida. Sé qué es lo que Dios quiere de los hombres, y conozco la mejor manera de servirle. Y, a pesar de ello, soy incapaz de hacer todo aquello que debería hacer para servir al Señor.”
     “Sabes que hay una ciudad al otro lado del océano,” respondió Teodoro. “Pero todavía no has encontrado el barco, no has subido tu equipaje a bordo, y no has cruzado el mar. ¿Para qué hablar de cómo es esa ciudad, y cómo debemos caminar por sus calles? Pon en práctica lo que estás diciendo, y el camino se te mostrará por sí mismo.”

A las puertas del cielo
     Cuando D. Enrique murió, fue derecho al cielo. Llamó con fuerza a la puerta y una voz preguntó: “¿Quién es?”
     “Soy D. Enrique Fernández de Valdivieso.”
     “Pues vete de aquí, aquí no hay lugar para dos,” dijo la voz. Y D. Enrique fue enviado al purgatorio. Pasado un tiempo, volvió, más tímido, al cielo.
     “¿Quién es?,” preguntó la voz. “Soy yo,” respondió D. Enrique.
     “Aquí no hay lugar para dos”, repitió la voz.
      D. Enrique volvió al purgatorio. Un día, volvió a llamar a la puerta del cielo.
     “¿Quién es?,” preguntó la voz. “Una pequeña parte de Dios”, respondió.
      Y la puerta del cielo se abrió.

Rigor y compasión
     En pleno invierno, el samurai llegó a presencia del maestro zen.
     “Me estoy muriendo de frío y de hambre, y no tengo cómo ganarme el sustento.”
      Compadecido, el maestro se dirigió a la estatua de Yakushi-Buda, retiró la cadena de oro que adornaba su cuello, y se la entregó al samurai.
      Los otros discípulos exclamaron: "¡sacrilegio!"
     "¿Por qué sacrilegio?", preguntó el maestro. “Habéis oído hablar de David, que comió el pan del tabernáculo cuando pasaba hambre. Cristo curaba en sábado, siempre que era necesario. Yo tan sólo puse en acción el espíritu de Buda: el amor y la misericordia pueden ahora hacer su trabajo.”

Lo que es la sabiduría
      Una historia sufí nos habla de un hombre que vivía en Turquía. Un día oyó hablar de un gran maestro que moraba en Persia, y que poseía el secreto de la sabiduría.
      Sin pensárselo dos veces, el hombre vendió sus cosas, se despidió de la familia, y se marchó en busca de aquel secreto. Después de años viajando, consiguió llegar a la cabaña donde vivía el gran maestro. Lleno de temor y respeto, se acercó y aguardó a que el sabio regresara de su paseo matutino.
      -Vengo de Turquía –dijo en cuanto hubo aparecido el sabio-. He venido hasta aquí sólo para hacerte una pregunta.
      -Bien. Puedes hacer sólo una pregunta.
      -Tengo que ser muy claro en lo que voy a preguntar. ¿puedo hacerlo en turco?
      -Puedes –dijo el sabio-. Y ya he respondido a tu única pregunta. Cualquier otra cosa que desees saber, pregunta a tu corazón; no hace falta viajar tanto para descubrir que ése es el mejor consejero que existe.
      Y cerró la puerta.

Por qué Dios no nos ayudó
     Maestro y discípulo caminan por los desiertos de Arabia. El Maestro aprovecha cada momento del viaje para enseñar al discípulo acerca de la fe.
      - Confía lo tuyo a Dios –decía-. Pues Él jamás abandona a sus hijos.
      De noche, al acampar, el Maestro le pidió al discípulo que atase los caballos a una roca cercana. El discípulo fue a la roca, pero entonces recordó lo que había aprendido aquella tarde. “El Maestro debe de estar poniéndome a prueba. En realidad, debo confiar los caballos a Dios.” Y dejó sueltos a los caballos.
      A la mañana siguiente, descubrió que los animales se habían escapado. Furioso, buscó al Maestro.
      -¡Tú no sabes nada de Dios! Ayer aprendí que debía confiar ciegamente en la Providencia, así que entregué los caballos a Dios para que los cuidara. ¡Pero han desaparecido!
      -Dios quería cuidar de los caballos –respondió el Maestro-. Pero, en aquel momento, necesitaba de tus manos para atarlos, y tú no se las prestaste.

¿Cómo voy a salir si está lloviendo?
     Cuenta una vieja historia budista que pasaba un hombre por una aldea, en pleno temporal, cuando de repente ve una casa ardiendo. Al acercarse, observa a otro hombre (la fábula utiliza una bella imagen: “con fuego hasta en las cejas”) sentado en la sala:
      -¡Su casa está ardiendo! –le grita.
      -Ya lo sé –responde el hombre desde la sala en llamas.
      -Entonces, ¿por qué no sale?
      -Porque está lloviendo. Mi madre siempre dice que la lluvia puede provocar neumonía.
      Zao Chi comenta sobre la fábula: "sabio es el hombre que sabe cambiar de situación cuando se ve obligado a ello. Tonto es aquél que no confía en la mano de Dios, sino sólo en las respuestas de sus semejantes.”

¿Cuál es el primer paso?
     Un hombre visitaba a un ermitaño que vivía cerca del monasterio de Sceta.
      -¿Cuál es el primer paso que debe dar quien quiere seguir el camino espiritual? –preguntó.
      El ermitaño lo llevó hasta un pozo y le dijo que mirase su reflejo en el agua. El hombre obedeció, pero el ermitaño empezó a tirar pequeñas piedras, haciendo que se moviese la superficie.
      -No podré ver claramente mi rostro si sigue tirando piedras.
      -Así como es imposible ver tu rostro en aguas turbulentas, es también imposible buscar a Dios si tu mente está ansiosa con la búsqueda –dijo el monje-. No hagas preguntas, simplemente sigue adelante con fe. Éste será siempre el primero y el más importante de todos los pasos.

 
Edición nº 123