Edición nº 109

Las crisis y sus artimañas

Las crisis y sus artimañas

     Como todos sabemos, Aquiles era hijo de la unión de un mortal con una diosa. Como toda madre siempre quiere proteger a su hijo de todos los peligros, ella lo sumergió en un río cuyas aguas lo harían inmortal, pero lo agarró por el talón, razón por la cual él quedó vulnerable en aquel punto (hay versiones del mito en las que el héroe fue sumergido en sangre de dragón, mientras tenía una hoja pegada al talón). De ahí la expresión “talón de Aquiles”, mostrando que, independientemente de la fuerza que creamos tener, siempre existe el modo de alcanzarnos. Es claro que el héroe, en este caso, muere por una flecha que lo alcanza exactamente en su punto débil.
     El año 2001 leí El síndrome de Aquiles, del periodista Mario Rosa. El libro trata de un asunto que nunca estuvo de más actualidad que ahora: la crisis.
      En el texto, Rosa nos advierte: “la crisis envía señales.”
      Desde que leí esa frase, me he dado cuenta de que, antes de que ciertas tormentas lleguen a nuestro patio, nos envían pequeños mensajes de los que, por pereza o por encontrar que no son dignos de nuestra atención, no hacemos caso. Precisamente por eso, en el momento en que el viento empieza a soplar con violencia, nos sentimos absolutamente desprevenidos para los truenos que estallan por todas partes, y sólo nos queda, como dice Rosa, procurar administrar de la mejor manera posible la devastación que vendrá a continuación. Me he tomado la libertad de usar su libro como guía para intentar trazar un mapa de nuestras tormentas personales.
      Origen: la crisis viene siempre del exterior, aunque a veces pensemos que sólo se manifiesta en nuestras almas. Por lo general, algo insignificante ocurrido en la infancia puede traer grandes consecuencias en la madurez.
      La crisis llega para destruir: por más que intentemos asociar la palabra “crisis” a la “oportunidad” (como hacen los chinos), esa romántica asociación sólo es posible cuando estamos preparados para lo imprevisto. Como muy raras veces es ése el caso, la crisis se instala y comienza a arrasarlo todo a nuestro alrededor.
      La verdad no ayuda: recientemente, durante la publicación de mi nuevo libro, El Zahir, una escritora rusa dijo, en el periódico de mayor circulación de Moscú, que la historia estaba basada en nuestra “relación amorosa” (la musa inspiradora era, en realidad, Christina Lamb, corresponsal de guerra del periódico británico The Sunday Times). Cometí el tonto error de enviar una carta de desmentido. Resultado: quienes no habían leído el artículo original, se enteraron por la carta. Y enseguida empezaron las especulaciones respecto a cómo los hombres, cuando se encuentran acorralados, siempre se declaran inocentes.
      El problema, por pequeño que sea, puede producir una crisis terrible: en Brasil, un caso de soborno de un director de correos desencadenó una serie de denuncias que afectaron a varios niveles gubernamentales. En un matrimonio, un simple retraso a la vuelta del trabajo puede ser la gota de agua que colma el vaso de todo un proceso reprimido, el cual a partir de entonces se vuelve difícil de contener.
      Los hechos no cuentan, lo que cuenta es cómo percibe los hechos la opinión pública: tengo una amiga cuyo padre odia a la madre. La familia vive siempre pasando penurias, con todos en casa llevándose como el perro y el gato, pero en voz baja. Mientras la muchacha obtenga notas excelentes en la escuela, mientras los vecinos no se enteren, mientras la “opinión pública” no sepa nada, la impresión será la de que todo está bajo control.
      Todo se transforma en munición devastadora: como la crisis siempre lleva a un diálogo de sordos, donde el uno no oye lo que dice el otro, los argumentos se vuelven inútiles. Si uno dice “me encantan las naranjas”, la otra persona entenderá que odias las patatas, y estás insinuando que te sientes desgraciado porque justamente esa noche te ha servido un plato de patatas fritas para cenar.
      La crisis siempre gira alrededor de un símbolo: puede ser una institución como el matrimonio, la carrera profesional, la empresa, la religión, el amor, el código de conducta.
      Llegaré a la conclusión de esta cuestión, con la opinión de otros estudiosos (Helio Fred Garcia, Profesor de Comunicación de la Universidad de Nueva York, y Daí Williams, de Eos Career Services, y un texto de la Universidad de Australia del Sur). He procurado usar los textos de estos especialistas desde el punto de vista de la crisis individual, aunque la mayor parte de ellos en realidad se refiere a acontecimientos políticos y económicos.
      Una vez que la crisis se instala, éstas son las peores formas de reaccionar:
      A] No hacer caso del problema. María sabe que Juan, su marido, está a punto de ser despedido del trabajo, lo cual pondrá a la familia en serios aprietos. Sin embargo, como Juan no menciona el asunto, ella finge que no se da cuenta.
      B] Negar el problema. Juan, por su parte, piensa que gracias a los contactos que ha hecho a lo largo de su vida, conseguirá una nueva oportunidad y, por lo tanto, no ve que está en una situación difícil. Olvida una de las leyes más duras de la vida, ya enunciada por Jesús: “al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”. En el momento en que pierda su empleo, todos estos contactos desaparecerán también, porque Juan ya no tendrá nada que ofrecer a cambio.
     C] Negarse a pedir ayuda. Juan y María han vivido muchos años juntos, y se conocen muy bien. Juan tiene la cabeza llena de problemas, ya que la crisis absorbe todas las energías del ser humano. María tal vez pudiese ayudarle, pero el orgullo no deja a Juan compartir sus dificultades. El resultado es que, incapaz de pensar con lucidez, Juan se va hundiendo cada vez más en el océano de sus dificultades.
      D] Mentir o decir medias verdades. Un día María se arma de valor y, a la hora de acostarse, pregunta si algo va mal. Juan responde: “estoy pensando cambiar de empleo.” Claro que, desde el punto de vista jurídico, eso se puede considerar verdad: Juan, al estar a punto de ser despedido, vive realmente pensando en encontrar un nuevo empleo. María no dice nada más. La presión sobre Juan aumenta, porque recela que su mujer sospecha algo, pero ahora que ya ha mentido, no puede usar la verdad como instrumento salvador.
      e] Culpar a los demás. Juan sabe que es un hombre de bien, que siempre ha sido honrado en el trabajo, y ha intentado dar lo mejor de sí. Piensa que su jefe es injusto, que no se merece lo que le está pasando. El hecho es que tal vez el jefe esté viviendo el mismo drama, pues a todos los mueven unas entidades abstractas llamadas “empresas.” Sin embargo, frente a lo que considera un absurdo, en lugar de mantener la cabeza fría para hacer frente al momento, piensa que el mundo está hecho de gente malvada y cruel.
      F] Sobrestimar la propia capacidad: Juan empieza a decirse que tiene talento, que es capaz de hacer esto y aquello, y acaba convenciéndose de que no está frente a una crisis, y sí ante una nueva oportunidad. Juan tiene mucho talento, pero eso no basta, porque no está preparado para el golpe, que lo deja sin aliento ni entusiasmo.
      Una vez que se han dado todos los pasos equivocados, llega el día y Juan es despedido. A partir de entonces, la familia ya está al borde del abismo, por culpa del precioso tiempo perdido al negar una fatalidad.
      Entonces, ¿qué hacer? Bien, yo he sufrido muchas crisis en mi vida, y creo que he cometido todos los errores descritos arriba. Hasta que, tal vez en la peor de todas mis crisis, aparecieron los amigos. Desde entonces, lo primero que hago es, simplemente, pedir ayuda. Evidentemente, la decisión final será mi responsabilidad, pero, en lugar de intentar hacerme siempre el fuerte, jamás me he arrepentido de haberme mostrado vulnerable ante mi mujer y mis amigos. Y cuando empecé a actuar así, reduje bastante mi capacidad de errar, aunque ésta siga allí, siempre esperando para dar el salto.

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